6 de abril de 2013

Camino a casa

Camino a casa.

Recostó su cabeza sobre la ventanilla del tren. Observaba los árboles cercanos aparecer y desaparecer a gran velocidad mientras que a lo lejos veía los objetos moverse lentamente, al igual que su vida. Su presente era una vorágine de sentimientos y, a lo lejos, la felicidad tranquila, pausada y rutinaria de su casa donde su pasado sería nuevamente su futuro.

El aire fresco acariciaba su rostro al colarse por el marco gastado del cristal y recordó las manos que apenas ayer hicieran lo mismo, cuando él acarició su rostro, descubriéndola como lo haría un ciego; pero fue ella quien se conoció.

Por un instante su cuerpo entero se convirtió en campo de batalla entre sus pensamientos, sus sentimientos y sus deseos: “Te llevo conmigo, me quedo contigo, mi hijos serán tus hijos, tus hijos los míos, me siento llena, me siento vacía, me siento feliz, me siento triste… “. El asiento era la celda angosta e incómoda de la cual quería escapar, pero temía llamar la atención de los demás pasajeros. "No hay a dónde ir", se convenció a sí misma. Cerró los ojos. “El cerrojo de mi prisión está por dentro”, no lo pensó ni lo sintió, sólo lo supo. La reja que puso para  protegerse de los demás realmente era para protegerse de ella misma. Ahora le quedaba claro.

Ser fiel a su marido o ser fiel a sí misma fue la elección. Escogió la correcta. La seguridad y el tiempo no habían acabado con su amor, pero la pasión se convirtió en reposada amistad porque la pasión es más fuerte cuanto más breve es el tiempo disponible y porque la pasión no puede dejarse para mañana cuando no se sabe si habrá un después. Tal es la paradoja de querer hacer eterno un instante siendo que, cuanto más efímero más valioso.

Los últimos minutos juntos habían transcurrido en silencio, sin sueños ni pesadillas, si ayer ni mañana, sin promesas ni mentiras. Quiso escapar varias veces de aquella profunda intimidad, hasta entonces desconocida, que desnudaba mucho más allá del cuerpo; pero cada intento suyo por hacerlo fue respondido por un abrazo y un beso amoroso que le hicieron desistir. Conoció la felicidad de no sufrir; pero también el sufrimiento que causa la felicidad. No quería escapar de él, sino de ella misma. No creía merecer el momento. “Tolera la felicidad”, susurró él. Y soltó la última de sus defensas cuando estuvo segura de no necesitarlas y sintió el alivio de no cargar más su pesada coraza. Por un instante se sintió pequeña y grande a la vez, vulnerable e invulnerable, amada y libre.

Tuvo el deseo de cambiar un pasado por otro, pero comprendió que sería reemplazar un personaje en la misma vieja historia. Sentirse amada había sido hermoso, pero no nuevo. Saberse dueña de sí misma, de su presente, lo era mucho más. Llevó la vista a lo lejos, a horas de distancia. Sonrió tranquila y durmió, con la paz que sólo puede dar el camino a casa.