6 de julio de 2022

Las campanas del templo de San Francisco

 

 Las campanas del templo de San Francisco.

Suena la primera campanada. Interrumpo mi lectura. Pátzcuaro es leer, leer, leer. Joyas de la Literatura y Vidas ejemplares forjaban mi mente a través de vidas ajenas. Ojos ajenos. Historias reales y ficticias que eran mías. Rolando el Rabioso y sus andanzas medievales no alejan mi cordura, alejan mi soledad.

Segunda campanada. ¿Qué hora es? Pátzcuaro es comer, comer, comer. Doña Esther cocina hincada sobre una silla. Don Gabriel separa piedras y frijoles. «Los minerales buenos son los de dentro, no los de afuera» dice. Amor de medio siglo. Amor tan apacible y silencioso como sólido e imperecedero. Amor que se sirve en la mesa. Amor que alimenta. Amor que rellena mis huecos con esperanza.

Tercera. ¿Quién llegó? Pátzcuaro es reír, reír, reír. El portón abierto grita «bienvenido». En el pasillo, grita de vuelta quien llega. Antes de abrir la reja, risas. Antes que abrazos, risas. No se dice, se ríe. No se sufre, se ríe. No se despide, se ríe. Reír es nuestra forma de unión, incomprensible para los demás.

Otra más. Pátzcuaro es recordar, recordar, recordar. Mis recuerdos y mis recuerdos de los recuerdos. Historias lejanas y cercanas. Fotos que congelaron el tiempo. Hasta creo recordar lo nuevo. Quinta. Sexta. Se sueltan al vuelo. También el tiempo. Mis hijos solo escucharán leyendas, verán fotos de desconocidos y se preguntarán de quiénes son los nombres en aquél buró.

Ahora el silencio. Pátzcuaro es el silencio, silencio, silencio. El silencio de los que nunca escuché y de los que nunca volveré a escuchar.

Enoch Stálgico