Palabras gastadas.
No, señor, ya no quiero las mismas palabras de siempre, se han
gastado de tanto usarlas. No quiero más estas palabras que fueron como mujeres fáciles y anduvieron en boca de
todos. Palabras que empezaron significando una cosa y acabaron significando otra muy distinta
y el caso es que ahora ya no entiendo nada. Mire usted, cuando se creó la palabra político
significaba ser un ciudadano que participaba en los asuntos de la sociedad. Luego
pasó a convertirse en sinónimo de ser cortés o de buenos modales… Y ahora
se aplica a la familia de la esposa. O la palabra amor, que hoy se
usa para todo (“amo a mi perro”, “amo mi celular”, “amo al mundo”) se ha
deslucido por completo, es una palabra sin brillo, ya no provoca la misma emoción de antes. Cuando me dicen “te amo” quisiera que fuera algo distinto al sentimiento por el perro. ¿Y qué me dice de la palabra orgullo
que antes era un pecado capital, algo de lo que debía uno avergonzarse y hoy
significa exactamente lo contrario? Y para acabarla de amolar, la gente se dice
orgullosa de cosas de las cuales no cabe razón por la cual sentir nada. Me dicen: "soy orgullosamente mexicano". ¡Por favor! Si naciste aquí no es más que una
simple coincidencia de la vida, no hiciste nada para merecerlo… Así, pues, no hay
quien entienda.
Luego, señor, la gente empieza a adornar las palabras para
más o menos darse a entender: envidia de la buena, me dicen. Pero yo
conozco una sola envidia, y no tiene nada de buena. Pero como toma muchas
palabras decir: “estoy contento contigo por esto y yo también quisiera tenerlo o
lograrlo, pero también me siento más pendejo que tú porque todavía no lo tengo…” agarramos la palabra
envidia, la cual sí refleja el verdadero sentimiento y le embarramos betuncito para
hacerla menos fea, más tragable… envidia de la buena es algo así como envidia no tan
gacha como la envidia envidia.
Pero no vaya usted a creer que sólo la gente es culpable. El diccionario también es
cómplice. Tome usted, por ejemplo, la palabra juego y busque su significado. En
algunos diccionarios dan hasta 21 acepciones distintas. De plano, con ese juego
de significados no juego este juego.
Lo que yo creo es que tenemos una gran carencia de palabras y se nota más en todo lo nuevo. Por eso andamos
usando palabras ajenas, de otros idiomas, porque aquí no inventamos nada, ni
siquiera palabras. Chatean los chatos porque no existía, ni existe, palabra disponible
para la plática por Internet en español. Al rato entrará al diccionario y poco a poco empezará a significar cosas distintas. Y, por cierto, chato ya no es sólo el que
tiene la nariz aplastada, ahora es un apelativo cariñoso y hasta un vaso de vino. ¿Ve
usted, chato, a lo que me refiero?
Los antiguos, esos señores que inventaron las palabras, no
eran más inteligentes que nosotros, sólo eran menos perezosos. Ellos sí que
sabían inventar palabras. Si no fuera por su importante labor de nombrar las
cosas, todos los animales se llamarían iguales. Diríamos: "mira, ahí va un trololó de dos
patas que hace cocorocó" o bien: "tengo un trololó que monto y hace iiiiiii". Así que les debo mucho a los antiguos y me da mucha tristeza que el arte de inventar
palabras haya caído en desuso y nos conformemos con las que ya tenemos.
Palabras viejas, ajadas, estiradas, torcidas, deslucidas, ambiguas, piraguas,
paraguas, enaguas y contrarias.
Quiero palabras nuevas, palabras fresquitas, palabras
que realmente signifiquen una sola cosa, palabras que podríamos añadir al
diccionario. Por ejemplo, morolilo podría significar, esa correcta dignidad que
malamente llamamos orgullo. ¿Me entiende, señor? Estoy morolilo de inventar
esta nueva palabra. ¿Y qué tal si decimos masata en vez de envidia de la buena?
¡Ah! Le dió masata por no haber pensado esto antes, ¿verdad?. Poser, tungo, pirrónico,
agúfico, emprosto, bodón y pucalonga, entre otras muchas, son buenas palabras para
empezar a usar, ¿no lo cree usted así, señor?
Enoch Alvarado