Depende, joven.
El primer diagnóstico certero de mi condición mental lo hizo
Hermenegildo Torres, allá por los 70s, sin conocerme y sin necesidad de pruebas
sicológicas: Era pendejo. Mi primera reacción fue rechazar el diagnóstico. La
pendejez ajena era obvia, pero yo no encontraba la mía por ningún lado… lo cual
confirmaba el diagnóstico. Mi propia pendejez impedía darme cuenta de lo
pendejo que era porque todo pendejo cree que no lo es.
Pendejez de muchos, consuelo de pendejos. A final de
cuentas, la sabiduría popular son las pendejadas compartidas y universalmente
aceptadas. Es más fácil aceptar la pendejez que ser el único no pendejo en un
mundo de pendejos y viceversa, porque creerse el único pendejo o creerse el único no pendejo es
igual de pendejo.
Como pendejos, nos subimos a un pedestal de superioridad
moral o intelectual pendeja auto-conferida para desde ahí pendejear a los
demás, Pendejeamos abierta, oculta o disimuladamente a los demás, dependiendo
del grado de respuesta que podemos obtener de vuelta, y por poder prever esto, queremos
creer no ser pendejos o al menos tan pendejos de ignorarlas, como harían otros
pendejos. Pendejeamos. pues, porque en nuestro interior nos sabemos pendejos, tratamos
de demostrar lo contrario y apuntamos afuera para desviar la atención; pero inevitablemente
haremos nuestras propias pendejadas y arreglarlas u ocultarlas antes de ser
descubierto provoca una reacción en cadena de pendejadas. Aceptar la propia
pendejez es liberador para el pendejo de baúl*. De abajo hacia arriba, todo es
ganancia, de arriba para abajo, todo es pérdida. No podemos ser tan pendejos
como para no entender algo tan simple. Aceptar ser pendejo es ser un poco menos
pendejo.
Si creemos que nos aceptamos, pero no aceptamos nuestra
propia pendejez, nos estamos engañando. Dije engañando y no haciéndonos pendejos
porque pendejos ya estábamos hechos desde antes. Lo pendejo no se hace, se
nace. Aceptar no es luchar. Todo conflicto viene de la no aceptación de algo y
eso cualquier pendejo lo sabe. Así que si luchamos contra nuestra pendejez tenemos
la batalla perdida porque nos hundiremos cada vez más dentro de ella. Aceptar
tampoco es rendirse, como acabamos de pensar porque somos tan pendejos que creemos
que solo hay dos posibilidades. Aceptar es entender que ser pendejo es parte de
nuestra personalidad como lo es ser inteligente. Ambas son dos caras de la
misma moneda y no hay límite claro entre ellos. El éxito radica en cuál de las
dos usemos frente a las distintas circunstancias de la vida. Algunos pendejos triunfan
porque su habilidad para aprovechar las circunstancias se encuentra del lado no
pendejo de la moneda. Uno es su pendejez y su circunstancia.
Ser pendejo no es ni bueno ni malo. Tampoco es sinónimo automático
de superioridad ni de inferioridad, porque siempre habrá otro más o menos
pendejo que nosotros según nuestro pendejómetro particular que falla bastante porque
lo construyó un gran pendejo: tú. Avergonzarse o enorgullecerse por ser pendejo
es de pendejos, así que invariablemente sucederá.
Lo que nos hace distintos, únicos e irrepetibles son
nuestros estilos personales de ser pendejos. En qué áreas de la vida dejamos
salir a nuestro pendejo interior y en cuáles a nuestro pendejo exterior, porque
algunos tienen lo pendejo a flor de piel y otros, lo ocultan un poco más o por
más tiempo. Los estilos individuales son tan infinitos como la pendejez misma. Cada
cabeza es un mundo de pendejadas.
Las relaciones humanas se realizan mayormente en el plano de
la pendejez, de pendejo a pendejo. Nuestras partes pendejas se identifican, se
saludan, se amigan o enojan entre ellas. Si te encuentras discutiendo con un
pendejo, al otro le sucede exactamente igual. Respondemos a las pendejadas ajenas dejando salir nuestra propia pendejez a jugar. Eso sí, con nuestras mejores armas para
ganar, porque además de pendejo somos ventajosos. Si no viviéramos en la pendeja,
nos daríamos cuenta que nos molesta lo que no aceptamos, así que si no hay aceptación
por la pendejez propia no la habrá por la ajena, y el respeto a la pendejez
ajena es la paz.
No nos molesta tanto ser pendejos sino que nos lo diga otro pendejo y nuestra respuesta emocional a esa pendejada viene dada por la fórmula: R = kP/A. Donde “R” es la respuesta, “k” es nuestra
pendejez, “P” es la pendejez ajena observada y “A” es nuestra capacidad de aceptación
de nuestra propia pendejez.
Los sabios dudan, los pendejos están seguros… Lo digo con
toda seguridad. Y tengo un sueño hoy: que algún día, pendejos grandes y
pendejos chicos, pendejos pobres y pendejos ricos, se den la mano como hermanos
y podamos vivir en la pendeja en paz. Pendejos de todo el mundo, ¡uníos!