25 de febrero de 2014

Depende, joven.

Depende, joven.


El primer diagnóstico certero de mi condición mental lo hizo Hermenegildo Torres, allá por los 70s, sin conocerme y sin necesidad de pruebas sicológicas: Era pendejo. Mi primera reacción fue rechazar el diagnóstico. La pendejez ajena era obvia, pero yo no encontraba la mía por ningún lado… lo cual confirmaba el diagnóstico. Mi propia pendejez impedía darme cuenta de lo pendejo que era porque todo pendejo cree que no lo es.

Pendejez de muchos, consuelo de pendejos. A final de cuentas, la sabiduría popular son las pendejadas compartidas y universalmente aceptadas. Es más fácil aceptar la pendejez que ser el único no pendejo en un mundo de pendejos y viceversa, porque creerse el único pendejo o creerse el único no pendejo es igual de pendejo.

Como pendejos, nos subimos a un pedestal de superioridad moral o intelectual pendeja auto-conferida para desde ahí pendejear a los demás, Pendejeamos abierta, oculta o disimuladamente a los demás, dependiendo del grado de respuesta que podemos obtener de vuelta, y por poder prever esto, queremos creer no ser pendejos o al menos tan pendejos de ignorarlas, como harían otros pendejos. Pendejeamos. pues,  porque en nuestro interior nos sabemos pendejos, tratamos de demostrar lo contrario y apuntamos afuera para desviar la atención; pero inevitablemente haremos nuestras propias pendejadas y arreglarlas u ocultarlas antes de ser descubierto provoca una reacción en cadena de pendejadas. Aceptar la propia pendejez es liberador para el pendejo de baúl*. De abajo hacia arriba, todo es ganancia, de arriba para abajo, todo es pérdida. No podemos ser tan pendejos como para no entender algo tan simple. Aceptar ser pendejo es ser un poco menos pendejo.

Si creemos que nos aceptamos, pero no aceptamos nuestra propia pendejez, nos estamos engañando. Dije engañando y no haciéndonos pendejos porque pendejos ya estábamos hechos desde antes. Lo pendejo no se hace, se nace. Aceptar no es luchar. Todo conflicto viene de la no aceptación de algo y eso cualquier pendejo lo sabe. Así que si luchamos contra nuestra pendejez tenemos la batalla perdida porque nos hundiremos cada vez más dentro de ella. Aceptar tampoco es rendirse, como acabamos de pensar porque somos tan pendejos que creemos que solo hay dos posibilidades. Aceptar es entender que ser pendejo es parte de nuestra personalidad como lo es ser inteligente. Ambas son dos caras de la misma moneda y no hay límite claro entre ellos. El éxito radica en cuál de las dos usemos frente a las distintas circunstancias de la vida. Algunos pendejos triunfan porque su habilidad para aprovechar las circunstancias se encuentra del lado no pendejo de la moneda. Uno es su pendejez y su circunstancia.

Ser pendejo no es ni bueno ni malo. Tampoco es sinónimo automático de superioridad ni de inferioridad, porque siempre habrá otro más o menos pendejo que nosotros según nuestro pendejómetro particular que falla bastante porque lo construyó un gran pendejo: tú. Avergonzarse o enorgullecerse por ser pendejo es de pendejos, así que invariablemente sucederá.

Lo que nos hace distintos, únicos e irrepetibles son nuestros estilos personales de ser pendejos. En qué áreas de la vida dejamos salir a nuestro pendejo interior y en cuáles a nuestro pendejo exterior, porque algunos tienen lo pendejo a flor de piel y otros, lo ocultan un poco más o por más tiempo. Los estilos individuales son tan infinitos como la pendejez misma. Cada cabeza es un mundo de pendejadas.

Las relaciones humanas se realizan mayormente en el plano de la pendejez, de pendejo a pendejo. Nuestras partes pendejas se identifican, se saludan, se amigan o enojan entre ellas. Si te encuentras discutiendo con un pendejo, al otro le sucede exactamente igual. Respondemos a las pendejadas ajenas dejando salir nuestra propia pendejez a jugar. Eso sí, con nuestras mejores armas para ganar, porque además de pendejo somos ventajosos. Si no viviéramos en la pendeja, nos daríamos cuenta que nos molesta lo que no aceptamos, así que si no hay aceptación por la pendejez propia no la habrá por la ajena, y el respeto a la pendejez ajena es la paz. 

No nos molesta tanto ser pendejos sino que nos lo diga otro pendejo y nuestra respuesta emocional a esa pendejada viene dada por la fórmula: R = kP/A. Donde “R” es la respuesta, “k” es nuestra pendejez, “P” es la pendejez ajena observada y “A” es nuestra capacidad de aceptación de nuestra propia pendejez.

Los sabios dudan, los pendejos están seguros… Lo digo con toda seguridad. Y tengo un sueño hoy: que algún día, pendejos grandes y pendejos chicos, pendejos pobres y pendejos ricos, se den la mano como hermanos y podamos vivir en la pendeja en paz. Pendejos de todo el mundo, ¡uníos!


*  Por pendejos nos metemos en baúles en vez de closets.

1 de febrero de 2014

Qué sabe nadie

Qué sabe nadie.


Constantemente soy acusado, juzgado, sentenciado y castigado por quien me quiere y quien no me quiere, por quien cree conocerme y por quien no me conoce en absoluto. Privado de los derechos de audiencia y de defensa, tengo que aceptarlo sin derecho a réplica, sin clemencia ni piedad, mucho menos absolución. El cerrojo está echado, el prisionero olvidado, no se vuelve a hablar de él. La llave arrojada al río y la vida continúa.

Cuando les pregunten dirán que no saben de mí, que fui un ingrato, que me he ido. Pero sigo aquí, donde me colocaron para que no puedan verme. Mi verdadero carcelero no son ellos, ni siquiera sus actos, sino la obscuridad que les impide darse cuenta de lo que hicieron.

Si en algún momento me visitaron, encontraron luz donde esperaban tinieblas, amor donde esperaban lucha o comprensión donde esperaban perdón, porque mi libertad es interior, ninguna reja puede aprisionarla y nadie puede impedirme seguir amándolos desde mi confinamiento.

Me pasan su lupa para magnificar mis errores, mis dudas y mis defectos, que son tantos y tan variados como los de ellos, con el fin de poder convencerse de que su precaria e inestable comodidad es preferible. Me necesitan ahí, en la prisión, para convencerse de que es el castigo justo para quien intente romper sus cadenas. Reconocer y abandonar mis propias mentiras les recuerda que no toleran las suyas. El amor que les tengo pone en evidencia el tamaño real del suyo y la incapacidad para darlo de vuelta. Vivo con los ojos abiertos, sin traicionarme, desnudo, sin máscaras, rompiendo paradigmas, destrozando creencias, reinventándome todos los días. Mi crimen no es ser quien soy sino mostrar quién pueden ser y no se atreven.

Pero qué sabe nadie... ni yo.