15 de enero de 2014

La depresión

La depresión.

¿Cómo explicar los colores a un invidente de nacimiento? ¿Cómo explicar el olor de una rosa a quien jamás la ha olido? He escuchado a gente decir: "estoy deprimido", cuando solamente está triste. Otros me han preguntado: "¿cómo sé si estoy deprimido?". La depresión es como un orgasmo, si tienes duda de si es, es que no es. Es hasta después de años de vivir en un eterno caos donde nada tiene sentido desde que puedes recordar que aprendes que a eso se le llama depresión.

La depresión no es una sensación, como el frío o la calidez, no radica en tus sentidos. No es una emoción, como podría ser la alegría o la tristeza, no te mueve a la acción sino lo contrario. Tampoco es un sentimiento, como pueden ser el odio o el amor, porque no tiene objeto. La depresión es un ESTADO CONSTANTE, como la felicidad. La palabra clave, aquí, es constante. La felicidad es percibida como una paz constante, no  como una alegría o un júbilo que resultan pasajeros. La depresión puede variar en intensidad pero difícilmente se sale completamente de ella.

Existen varios “estados”, que representan la forma permanente de vivir la vida. Los más frecuentes son: Dormido1, deprimido, perdido2 y feliz.  La mayoría de la gente vive dormida, otros muchos viven en estado de depresión. Otros pocos, viven perdidos y viven la vida como autómatas que únicamente reaccionan al medio. Y algunos pocos, muy pocos en realidad, viven en felicidad.

Sin afán de menospreciar, los dormidos están más lejos de la felicidad que los deprimidos. No porque exista algo malo en ellos, sino porque su vida transcurre relativamente llevadera en comparación con la intensa y caótica del deprimido y, por tanto, no tienen la necesidad ni la urgencia de salir de su estado. El reto de los dormidos para vivir en felicidad es aprender a tolerarla. Las sensaciones, emociones y sentimientos son pasajeros. Llegan y se van, no se quedan sino en recuerdos. Así que buscan una sucesión interminable de sensaciones, emociones y sentimientos, ya sea positiva o negativamente, como podría ser desde la búsqueda de emociones en algo tan pasivo como el cine o la televisión o en algo tan intenso como la adicción a los deportes extremos. Incluso la gente que hace del sufrimiento su vida, no es sino hasta que recuerda que “debe” estar triste que se “pone” triste. La necesidad de esta secuencia interminable resulta del vacío en que se vive entre uno y otro suceso, el cual resulta indeseable. La felicidad no es una secuencia de estos eventos agradables, aunque para el dormido le pueda parecer así. El reto del dormido para alcanzar la felicidad es aprender a tolerar este “supuesto” vacío, dejar de buscar nuevas emociones cuando las anteriores se han ido, aceptar que las emociones  serán pasajeras y quedarse con lo que ya está, para que surja la paz. En realidad están muy cerca de lograrla, solo necesita aprender a tolerarla.

El deprimido vive constantemente infeliz, así que la constancia de la felicidad no le resultará tan intolerable, pero el pesimismo intrínseco de la depresión le hace verla más lejana de lo que en realidad está, incluso la puede llegar a considerar irreal. El deprimido se siente tan pequeño que todo lo magnifica, como la infelicidad propia, la felicidad ajena y lo mismo puede suceder en cualquier otra área como puede ser el aspecto físico, como la anorexia, el intelectual o el laboral.  De ahí que haya empleado la palabra intensa al referirme a la vida del deprimido. Estar en cama todo el día es distinto si se está descansando a si se vive en una lucha intensa contra la vida.

Una forma de expresar la depresión es la manía, donde se actúa en sentido inverso a la inmovilidad típica de la depresión. Entonces se magnifica el actuar como compensación, como puede ser el caso de la vigorexia, el sexo desmedido,  el que no para de hablar, el eternamente enojado o incluso en algo tan positivo como podría ser el acopio incesante de conocimientos u objetos. La manía hace de todo para no alejarse de la carga emocional. Pero este tipo de manía, invariablemente es insostenible y por momentos descubrirá la depresión real subyacente.

Un error del deprimido es anhelar regresar al estado de dormido. La meta es huir, salir o descansar, aunque sea por unos instantes, del estado de depresión. En general, las cargas kinestésicas son pesadas porque se perciben magnificadas, innecesarias, sin sentido, pero sobre todo porque no se desean ni se aceptan ni se liberan, se quedan ahí. La paradoja del depresivo es que, aunque puede llegar a la felicidad, no se cree merecedor, valioso o fuerte para lograrlo.

Los dormidos difícilmente entenderán a los deprimidos, pero sí pueden aprender a respetarlos.

Los castigos y la ira que puedan desatar los padres o parejas no funcionan o lo hacen en forma negativa, para quien ya, de por sí, está auto-castigándose y odiando su vida.

Las palabras condescendientes: "pobrecito",  "no te preocupes" y otras similares, dichas de buena fe, demuestran incomprensión y restan importancia a quien ya, de antemano, se siente incomprendido y minimizado.  

En la experiencia del dormido, las emociones son pasajeras y le es común pensar que así será para el deprimido; pero para este último, nada es pasajero. La esperanza de futuro, expresada como: “ya se te pasará”, “mañana será otro día” tendrán nulo significado para quien vive en desesperanza.

Las porras de “ánimo”, “tú puedes” o “échale ganas” llegan tarde para quien sacó de quién sabe dónde, la fortaleza para tan solo mantenerse vivo un día más.

El dormido, realiza cosas para llenar la vida y suele aconsejar desde su propia forma de ver la vida: “sal”, “diviértete”, “ten una actividad”. Para el deprimido, aunque puede hacer las mismas cosas que el no deprimido, las realiza con mayor desgaste energético y acaba agotado, por tanto y para protegerse, se limita a las cosas que le son estrictamente necesarias.

No es necesario entender la depresión, basta con respetarla. La forma de respetar al hijo, hermano, amigo o pareja depresivo es simple: preguntar qué necesita él y esperar hasta que esté dispuesto a hablarlo. Por mientras, habrá que esperar, al lado, y estar dispuesto a ayudarle cuando él lo pida, en lo que pida, como lo pida y en la medida de las posibilidades. Más que frases o libros motivadores o inspiradores es necesario mostrar el apoyo y la disposición de permanecer al lado. Es preferible usar un “te espero” que un “apúrate”, un “no entiendo pero lo acepto” que un “estás mal, cambia”. “No sé cómo ayudarte pero puedes pedirme lo que necesitas” es una frase honesta que abre la puerta y respeta al otro.

Tanto el deprimido como el despierto distorsionan su voluntad y caen frecuentemente en el voluntarismo. Pero mientras el dormido disfruta las ventajas de salirse con la suya, el deprimido no quiere serlo, lo ve como una gran imperfección, se enoja con él mismo por serlo, incluso llega a odiarse por ello y reprime su fuerza de voluntad al máximo como auto-castigo o como medida de -control pues en realidad teme a esta fuerza que percibe como desproporcionadamente poderosa y teme hacerse daño o hacerlo a los demás. La cantidad de energía para llevar acabo cualquier función debe primero igualar a la fuerza que aplica en contrario y sumar la energía normal que requeriría llevar a cabo cualquier tarea. De ahí el agotamiento constante de quien vive en la depresión.

El miedo desmedido a la ira desmedida que pudiera volcarse en los demás, primero sobre los padres ya que la depresión se instala en las primeras etapas de la vida y luego hacia los demás, se vuelve hacia sí mismo. El miedo a la ira impide en gran medida aceptarla y canalizarla y requiere otra gran cantidad de energía para contenerla.

Por último, la visión magnificada del depresivo exige un perfeccionismo desproporcionadamente irreal contra el cual suele compararse. En la comparación no solamente sale perdiendo sino que se coloca en los últimos sitios de la repartición de dones. El orgullo, como distorsión de la razón, está seriamente lastimado. La imperfección se percibe tan magnificada que el deprimido quiere desaparecer o, cuando menos, pasar desapercibido. Salir a la calle, mostrarse e incluso platicar requiere un esfuerzo adicional. Incluso en aquellas áreas libres de conflicto, el deprimido vive en la constante desvalorización y no reconoce sus méritos, sus dones ni sus logros como tales. No desde la humildad sino desde la perspectiva fatalista que, cuando le resulte innegable el mérito, lo considera mera suerte y vive en el miedo constante de ser descubierto como el mérito fraudulento que percibe.

Aunque para el deprimido parezca imposible salir de este estado, precisamente por su visión fatalista y catastrófica de la vida, sí es posible y no está fuera del alcance de nadie. Pero no saldrá hacia el dormir o hacia el perderse. Le es imposible ya que la depresión viene de la represión de sus fuerzas, no de la negación ni de la inconsciencia. El único camino posible es hacia la felicidad. No sobre-simplificaré dando recetas mágicas. Toda la ayuda externa es bienvenida, médica o terapéutica, pero requiere de un trabajo personal para ampliar la consciencia y reconocer, aceptar, conocer y manejar las fuerzas internas: Desenredarlas, hacer que trabajen una al lado de la otra, en colaboración, no interfiriendo entre ellas, para pasar del miedo al amor, del orgullo a la razón y del voluntarismo a la voluntad.

Para alinear nuestras fuerzas internas podemos empezar por preguntarnos, ante cualquier situación de la vida que valga la pena revisar: ¿Qué siento? ¿Qué pienso? Y ¿Qué quiero? Las tres preguntas son necesarias e igualmente importantes. Seguramente observaremos el entrelazamiento de las tres, por ejemplo, “siento  que es correcto/incorrecto” cuando en realidad es “Pienso que es correcto/incorrecto”. “Siento que quiero/no quiero”, mezcla el sentimiento con la voluntad. “Quiero o no quiero” da más luz al asunto. “Pienso que estoy triste”, por ejemplo, es reemplazar la emoción real con aquella que creemos que deberíamos sentir. Tal es el caos de nuestra vida y poner orden no requiere sino un poco de disciplina. Ahora ya lo sabes, ahora ya lo puedes usar en tu beneficio.

Separar las fuerzas desanudará la tensión entre ellas ya que acaba la lucha entre ellas. Una vez aclaradas las verdaderas intenciones de cada una de las fuerzas, podremos tomar decisiones más conscientes a la vez que vamos aclarando el camino. Si lo que siento es amoroso, lo que pienso es verdadero y lo que quiero es bueno, entonces difícilmente tendré dificultad en tomar una decisión. Sin embargo, cuando alguno de los aspectos no puede ser cubierto, lo cual es bastante frecuente en un principio, también podremos tomar una decisión no tan equilibrada, pero estaremos conscientes de las posibles consecuencias de la misma y nos podemos preparar para un posible mal resultado. Lo importante es, pues, dejar fuera el auto-engaño.

Separar las fuerzas tiene la ventaja de poder atender cada una de ellas por separado y en la intensidad y frecuencia que cada una requiere. No existen terapeutas intelectuales ni de la voluntad, pero dejarlas de lado cuando se trabaja en sicoterapia ayuda a centrarse en los sentimientos. La razón podrá ayudar a entender y poner orden mientras que la voluntad podrá ayudar a mantenerse firme en caminar constantemente hacia la libertad emocional.
Notas.
1 No me gusta el término “dormido” pero es el que se emplea comúnmente, en contraposición por “despertar” a la consciencia. Así que pido perdón de antemano por usarlo. Prefiero darme a entender que inventar nuevos términos que solo tengan significado para mí.
2 No creo ofender a ningún “perdido” ya que, de serlo, ni siquiera estaría leyendo esto y si lo leyera, no se preocuparía por entenderlo.