27 de abril de 2013

Poseída

Poseída


Se encontraba sobre la cama, poseída. Entre un intenso jadeo dejaba escapar sonidos guturales, gruñidos, maullidos felinos y una que otra palabra obscena. Sus ojos mostraban una telaraña de capilares rojizos sobre un blanco azulado. Sus párpados se abrían y cerraban a gran velocidad. Luego los apretó con fuerza y su cara entera, se transformó en un rictus indescifrable. Su torso se arqueó hacia atrás, tanto como jamás pude imaginar que le fuera posible… y luego, regresó  hacia delante de súbito. Lo repitió cuatro o cinco veces más. Su cabeza giraba, de frente, y su larga cabellera, despeinada, describía círculos enormes en el aire. Sus manos crispadas se clavaron en mi cuerpo y arañaron varias veces mi pecho, afortunadamente para mí, sus uñas estaban cortas. Sus piernas estaban rígidas, totalmente estiradas y sus pies en punta, en línea con sus piernas, también se agitaban fuertemente. Todo esto sucedió en unos cuantos segundos. Mis sentimientos fueron desde la sorpresa hasta el miedo, y de la risa por las poses grotescas hasta la satisfacción cuando, instantes después, me confesó que había sido el más prolongado y fuerte orgasmo de su vida.

20 de abril de 2013

Aserrín aserrán

Aserrín aserrán.

Hola, señor. Ya tenía rato sin platicar con usted. Es que he estado algo ocupado comprendiendo los mensajes que siempre estuvieron ahí, pero que no quería ver. Mis padres y abuelos eran unos sabios. Siempre me lo dijeron y yo mismo se los he dicho a mis hijos sin siquiera comprender tanta sabiduría. Para que no vaya a pensar que estoy loco de leer tantos correos conspirativos que me mandan mis amigos y para que mejor me entienda, le voy a dar algunos ejemplos:

“Aserrín aserrán, los maderos de San Juan piden pan, no les dan. Piden queso, les dan un hueso y se les atora en el  pescuezo”. ¿Verdad que su mensaje es totalmente verdadero? Esos maderos de San Juan somos nosotros, los que pedimos pan y no nos dan. Y a los que piden algo mejor, algo más digno como podría ser el queso, a esos, les dan un hueso. Una chambita que se les atraviesa en el pescuezo para mantenerlos calladitos.

¿Y qué tal esa del elefante que se columpiaba sobre la tela de una araña? ¿A poco no es así es en la vida real? El gigante y gordo gobierno se la pasa jugueteando con el producto del esfuerzo de nosotros, las pobres arañitas. Y no contentos, invitan a más y más de sus amigos a seguir colgándose… sin preocuparse de que algún día reviente porque aquí, en México, la tela es muy aguantadora.

¿Se va dando cuenta de la gran sabiduría que encierran esas canciones? ¿Y qué tal esa que describe fielmente a la policía que se esconde por los rincones, temerosa de que alguien la vea… ¡para platicar con los ratones!?

¿Y qué tal donde los jueces están claramente representados por Pin Pón cuando se lavan sus manitas con agua y con jabón?

¿Le queda alguna duda, señor? Dígame, ¿qué es esa campanita de oro que le permite pasar con todos sus hijos menos el de atrás sino el poder económico que abre todas las puertas? ¿Verdad que ahora sí se entiende el coro?

¿Y quiénes son los que dicen “pido, pido, pido” cuando tienen hambre, cuando tienen frío? Pues sí, señor. Esos son los que salen a la calle a gritar consignas en contra del mismo gobierno que les paga su salario para obtener más concesiones. Sí, son esos necios que son la ocasión de lo mismo que culpan, como dijo la monja.

¿Y cómo olvidar el dolor de la viuda de Mambrú que se fue y murió en la guerra? Ahí sí que no queda duda alguna, señor. Ahí está más que claro el dolor y pena del que creyó que tendría un héroe y obtuvo un cadáver, tan sólo para cuidar al que, como Doña Blanca, está cubierto de pilares de oro y plata.

Sí, señor, nuestros padres y abuelos ya sabían que no debíamos confiar ni en los padres de San Francisco que se entretenían sembrando sus camotes ni en las promesas de campaña: “…si fuera falso, mis juramentos, en otros tiempos se olvidarán”. Políticos que acaban yéndose a su casita de sololoy a comer tacos y no nos dan.

Lo que no entiendo, señor, es ¿cómo pudieron saber de antemano de la muñeca azul que llevaron a la plaza y se le constipó la elección? Eso todavía no me lo puedo explicar.

Ya para despedirme, quiero que se fije cómo describieron nuestros antepasados la crisis en esa canción tan simpática que habla de que vamos perdiendo uno a uno nuestras cosas, nuestros ahorros y nuestros derechos representados por perritos, hasta quedarnos sin “nada nada nada”.

Pero no se preocupe, señor… Que aquí pasa de todo y nada pasa, ¿sabe por qué? porque aquí todos jugamos a Juan Pirulero y cada quién atiende a su juego.


16 de abril de 2013

Guerra Santa

Guerra Santa


Querido hijo:
Aún eres muy joven para entenderlo, pero debes saber que del otro lado del mundo hay mucha gente que nos odia y que desearía que vernos muertos, así porque sí, sin conocernos siquiera, no por lo que les hemos hecho sino por lo que otros les han hecho. Nos juzgan como malvados e inmorales por no tener su misma religión y ven más que justificada cualquier acción en nuestra contra, incluso el asesinato de inocentes. Sólo son gente ignorante y muy crédula, adoctrinados desde niños. El resto de su vida los medios de comunicación les dicen qué pensar. En su mente ellos son los “buenos” y nosotros los “malos”. No somos personas, no somos niños, ancianos, mujeres ni padres de familia, sólo somos el enemigo a vencer. Esa es su absoluta “verdad”, la única e incuestionable verdad. En realidad sólo tienen miedo de lo distinto, de lo desconocido y a cambiar. Para ellos, la guerra contra nosotros es sagrada y más que justificada, necesaria para implantar su estilo de vida y su religión en el resto del mundo. Para eso emplean el terror y las armas. Son cobardes y alevosos. Entre más desprotegidos estemos, mayor es su gloria. Tu padre fue uno de los muchos que murió por defender nuestro país. Quien lo asesino es su héroe mientras que de tu padre y de todos nuestros muertos solamente dirán, con total desprecio: “un maldito terrorista musulmán menos en el mundo”.
Tu madre

6 de abril de 2013

Camino a casa

Camino a casa.

Recostó su cabeza sobre la ventanilla del tren. Observaba los árboles cercanos aparecer y desaparecer a gran velocidad mientras que a lo lejos veía los objetos moverse lentamente, al igual que su vida. Su presente era una vorágine de sentimientos y, a lo lejos, la felicidad tranquila, pausada y rutinaria de su casa donde su pasado sería nuevamente su futuro.

El aire fresco acariciaba su rostro al colarse por el marco gastado del cristal y recordó las manos que apenas ayer hicieran lo mismo, cuando él acarició su rostro, descubriéndola como lo haría un ciego; pero fue ella quien se conoció.

Por un instante su cuerpo entero se convirtió en campo de batalla entre sus pensamientos, sus sentimientos y sus deseos: “Te llevo conmigo, me quedo contigo, mi hijos serán tus hijos, tus hijos los míos, me siento llena, me siento vacía, me siento feliz, me siento triste… “. El asiento era la celda angosta e incómoda de la cual quería escapar, pero temía llamar la atención de los demás pasajeros. "No hay a dónde ir", se convenció a sí misma. Cerró los ojos. “El cerrojo de mi prisión está por dentro”, no lo pensó ni lo sintió, sólo lo supo. La reja que puso para  protegerse de los demás realmente era para protegerse de ella misma. Ahora le quedaba claro.

Ser fiel a su marido o ser fiel a sí misma fue la elección. Escogió la correcta. La seguridad y el tiempo no habían acabado con su amor, pero la pasión se convirtió en reposada amistad porque la pasión es más fuerte cuanto más breve es el tiempo disponible y porque la pasión no puede dejarse para mañana cuando no se sabe si habrá un después. Tal es la paradoja de querer hacer eterno un instante siendo que, cuanto más efímero más valioso.

Los últimos minutos juntos habían transcurrido en silencio, sin sueños ni pesadillas, si ayer ni mañana, sin promesas ni mentiras. Quiso escapar varias veces de aquella profunda intimidad, hasta entonces desconocida, que desnudaba mucho más allá del cuerpo; pero cada intento suyo por hacerlo fue respondido por un abrazo y un beso amoroso que le hicieron desistir. Conoció la felicidad de no sufrir; pero también el sufrimiento que causa la felicidad. No quería escapar de él, sino de ella misma. No creía merecer el momento. “Tolera la felicidad”, susurró él. Y soltó la última de sus defensas cuando estuvo segura de no necesitarlas y sintió el alivio de no cargar más su pesada coraza. Por un instante se sintió pequeña y grande a la vez, vulnerable e invulnerable, amada y libre.

Tuvo el deseo de cambiar un pasado por otro, pero comprendió que sería reemplazar un personaje en la misma vieja historia. Sentirse amada había sido hermoso, pero no nuevo. Saberse dueña de sí misma, de su presente, lo era mucho más. Llevó la vista a lo lejos, a horas de distancia. Sonrió tranquila y durmió, con la paz que sólo puede dar el camino a casa.