26 de mayo de 2012

Palabras gastadas

Palabras gastadas.

No, señor, ya no quiero las mismas palabras de siempre, se han gastado de tanto usarlas. No quiero más estas palabras que fueron como mujeres fáciles y anduvieron en boca de todos. Palabras que empezaron significando una cosa y acabaron significando otra muy distinta y el caso es que ahora ya no entiendo nada. Mire usted, cuando se creó la palabra político significaba ser un ciudadano que participaba en los asuntos de la sociedad. Luego pasó a convertirse en sinónimo de ser cortés o de buenos modales… Y ahora se aplica a la familia de la esposa. O la palabra amor, que hoy se usa para todo (“amo a mi perro”, “amo mi celular”, “amo al mundo”) se ha deslucido por completo, es una palabra sin brillo, ya no provoca la misma emoción de antes. Cuando me dicen “te amo” quisiera que fuera algo distinto al sentimiento por el perro. ¿Y qué me dice de la palabra orgullo que antes era un pecado capital, algo de lo que debía uno avergonzarse y hoy significa exactamente lo contrario? Y para acabarla de amolar, la gente se dice orgullosa de cosas de las cuales no cabe razón por la cual sentir nada. Me dicen: "soy orgullosamente mexicano". ¡Por favor! Si naciste aquí no es más que una simple coincidencia de la vida, no hiciste nada para merecerlo… Así, pues, no hay quien entienda.

Luego, señor, la gente empieza a adornar las palabras para más o menos darse a entender: envidia de la buena, me dicen. Pero yo conozco una sola envidia, y no tiene nada de buena. Pero como toma muchas palabras decir: “estoy contento contigo por esto y yo también quisiera tenerlo o lograrlo, pero también me siento más pendejo que tú porque todavía no lo tengo…” agarramos la palabra envidia, la cual sí refleja el verdadero sentimiento y le embarramos betuncito para hacerla menos fea, más tragable… envidia de la buena es algo así como envidia no tan gacha como la envidia envidia.

Pero no vaya usted a creer que sólo la gente es culpable. El diccionario también es cómplice. Tome usted, por ejemplo, la palabra juego y busque su significado. En algunos diccionarios dan hasta 21 acepciones distintas. De plano, con ese juego de significados no juego este juego.

Lo que yo creo es que tenemos una gran carencia de palabras y se nota más en todo lo nuevo. Por eso andamos usando palabras ajenas, de otros idiomas, porque aquí no inventamos nada, ni siquiera palabras. Chatean los chatos porque no existía, ni existe, palabra disponible para la plática por Internet en español. Al rato entrará al diccionario y poco a poco empezará a significar cosas distintas. Y, por cierto, chato ya no es sólo el que tiene la nariz aplastada, ahora es un apelativo cariñoso y hasta un vaso de vino. ¿Ve usted, chato, a lo que me refiero?

Los antiguos, esos señores que inventaron las palabras, no eran más inteligentes que nosotros, sólo eran menos perezosos. Ellos sí que sabían inventar palabras. Si no fuera por su importante labor de nombrar las cosas, todos los animales se llamarían iguales. Diríamos: "mira, ahí va un trololó de dos patas que hace cocorocó" o bien: "tengo un trololó que monto y hace iiiiiii". Así que les debo mucho a los antiguos y me da mucha tristeza que el arte de inventar palabras haya caído en desuso y nos conformemos con las que ya tenemos. Palabras viejas, ajadas, estiradas, torcidas, deslucidas, ambiguas, piraguas, paraguas, enaguas y contrarias.

Quiero palabras nuevas, palabras fresquitas, palabras que realmente signifiquen una sola cosa, palabras que podríamos añadir al diccionario. Por ejemplo, morolilo podría significar, esa correcta dignidad que malamente llamamos orgullo. ¿Me entiende, señor? Estoy morolilo de inventar esta nueva palabra. ¿Y qué tal si decimos masata en vez de envidia de la buena? ¡Ah! Le dió masata por no haber pensado esto antes, ¿verdad?. Poser, tungo, pirrónico, agúfico, emprosto, bodón y pucalonga, entre otras muchas, son buenas palabras para empezar a usar, ¿no lo cree usted así, señor?
Enoch Alvarado