29 de marzo de 2009

Ego me absolvo

Ego me absolvo.

La vulnerabilidad ante la naturaleza de los hombres primitivos, en su pensamiento mágico-infantil o “supersticioso”, le llevó a crear a los primeros “dioses” de quienes tenía que lograr su favor. Aún cuando ya no creemos que existe un dios de la lluvia, el campesino que tiene miedo de perder su cosecha pide a Dios que ésta llegue. De igual forma reza el torero para pedir protección antes de exponer su vida que voluntariamente arriesga, quien tiene miedo de perder su empleo y también el criminal que no desea ser atrapado. Es decir, necesitamos a Dios por nuestros miedos.

El Padre Nuestro dice “…hágase Tu voluntad, en la Tierra como en el Cielo”. Sin embargo, ¿cuántas veces estamos dispuestos a aceptar Su voluntad por sobre la nuestra? Normalmente, cuando oramos le decimos a Dios “dame esto o aquello” o “por favor, quítame este problema”. Estas no son oraciones, son peticiones.”. No importa con qué fervor pidamos o creamos que Dios nos escuchará, esto no es tener confianza en Dios, ya que en realidad estamos diciendo “haz lo que yo quiero, porque yo sé qué es lo mejor para mi, porque es lo que más me conviene”. Es decir, necesitamos a Dios para ejercer nuestro voluntarismo.

Otros necesitamos de Dios para sentirnos bien o moralmente superiores. Necesitamos sentir que hacemos “lo correcto”, que hemos tomado el camino correcto en la vida y que, en última instancia, obtendremos nuestra “merecida” recompensa al morir. Incluso, cuando rezamos de esta manera, pedimos “fuerza” para tolerar las duras “pruebas” que nos envía, o bien sentimos que estamos siendo castigados por que somos pecadores o no hemos sido lo suficientemente buenos. Aún así, Dios tiene sus ojos puestos en nosotros, porque estamos del lado “correcto”. Es decir, necesitamos a Dios por nuestro orgullo.

Pero, ¿en realidad Dios nos envía pruebas? Y, en todo caso, ¿son en verdad “duras” estas pruebas? Seguramente no. Las cosas suceden en la vida y son “neutras”, sencillamente “son” y sólo “suceden”. Somos nosotros quienes las pasamos por nuestros “filtros” y ahí es donde las calificamos de acuerdo con nuestros pensamientos y con nuestras creencias, con nuestros deseos y nuestra imagen, con lo conocido y lo que creemos que es seguro. Si tenemos verdadera confianza en Dios y aprendemos a aceptar la vida, cualquier prueba dejará de ser difícil, dejaríamos de tener miedo, abandonaríamos la lucha contra los sucesos de la vida y humildemente aceptaríamos que no somos tan importantes para que la vida continúe.

Dios no necesita “probar” nuestra Fe, ni ponernos a prueba a cada momento. ¿Acaso esa sería la forma de actuar de un padre con su hijo? ¿le estaría poniendo “trampas” todo el tiempo y luego le sacaría de ellas…pero sólo hasta que su hijo se lo pidiera? Dios no es responsable de los sucesos cotidianos de la vida y de la falibilidad humana: no es responsable de las guerras iniciadas en su nombre, no es responsable por el odio que sentimos por los demás, no es responsable de que enfermemos o que pierda nuestro equipo favorito de futbol; pero de igual manera tampoco es responsable de lo contrario.

Solemos creer que “todo sucede por algo” y empleamos frases de consuelo como "Dios no te manda más de lo que puedes soportar" o "lo que no te mata, te fortalece" y esto es cierto en gran medida; sin embargo, confundimos las causas y propósitos. Las causas son en realidad auto-creadas por el ego sobre los eventos de esta vida y tal vez de vidas pasadas si es verdad que existe un registro kármico del alma. El propósito es aprender y superar los conflictos, purificar un mal sentimiento o trascender cierto nivel. Cuando estamos más interesados en aprender de las dificultades en vez de desaparecerlas, cuando ponemos nuestra atención en las causas y los propósitos de nuestros problemas, entonces empezamos a crecer, a ser libres y a buscar la Verdad. Es decir, cada dificultad puede servirnos -si realmente lo deseamos- para nuestro crecimiento. Depende, entonces, enteramente de nuestra actitud. Sólo cuando aceptamos que la vida sucede y no son pruebas ni castigos divinos, entonces se aligerará la “carga”, podremos centrarnos en la solución del problema y hacernos responsables por su solución.

¿De dónde viene el sufrimiento por las dificultades? Cuando ponemos nuestra voluntad por sobre la divina, cuando no aceptamos la vida como se presenta, cuando enfrentamos con miedo y la sensación de que “no merecemos lo malo” que “nos” sucede, cuando estamos en lucha constante contra nosotros mismos y los demás, en realidad caminamos en la dirección equivocada, aún cuando toda la vida hayamos creído o pensado lo contrario. En principio, entre más cerca estamos de Dios o de la Verdad debe existir más armonía y felicidad, todo debería ser claro, transparente y libre de tensión y sufrimiento; si no lo es, entonces tenemos la confirmación de que estamos en el camino equivocado. No importa cuán fuerte abracemos una mentira, ni cuánta gente la comparta, mientras exista esa desarmonía en nuestro interior, nos estamos alejando de la Verdad.

Para muchos nos resultará angustiante darnos cuenta que, en realidad, no tenemos la suficiente confianza en Dios, puesto que constantemente vivimos en el sufrimiento. Pero, darse cuenta y aceptarlo es el primer paso. No es fácil abandonar el auto-engaño y la auto-complacencia. Incluso vivir en el sufrimiento y en el auto-sacrificio, aún cuando éstos a nadie beneficien, es tan de sobra conocido que se acepta ya como una realidad “segura” y se justifica como una prueba más enviada por Dios de la cual saldremos “glorificados”.

Al auto-engañarnos podemos producir alivios momentáneos en una aflicción; pero mientras no purifiquemos el ego, el sufrimiento y la desarmonía regresarán, tal vez en la misma o en una nueva situación y, probablemente, redoblada. No importa qué tan fuertemente creamos que con veladoras, diezmos, rezando o ejecutando ciertos rituales procuraremos la intervención divina a nuestro favor. No importa cuánto deseemos que la simple convicción religiosa o que con el cumplimiento de ciertas “obligaciones” obtendremos la salvación. Tampoco sirve la intensidad que imprimamos ni que usemos bellas palabras al orar. Aún cuando parezca tranquilizador contar con un Dios que nos librará de todos nuestros problemas con sólo pedírselo ("pon tu problema en manos de Dios", decimos), en la realidad los problemas jamás se han ido ni se han arreglado de esta manera. De hecho, si esto fuera verdad, no existirían los "problemas" en primera instancia ("A Dios rogando y con el mazo dando"). La forma correcta de orar es "pedir fuerza" y "pedir encontrar la Verdad que existe dentro del problema". Si se ora de esta manera, entonces tendremos una respuesta verdadera. En realidad, no importa si un sentimiento enfermizo se aferra a algo que es verdad, es necesario purificar esos sentimientos.

Lo que todo padre sano desea de sus hijos es que éstos crezcan, sean felices y que desarrollen todo su potencial para ser buenos seres humanos, no cosas “fantásticas”, “maravillosas”, no pedimos su adoración, ni mucho menos que sean unos completos inútiles y dejen todo en nuestras manos. Nuestro compromiso ante la vida es, simple y llanamente, crecer y ser felices y para lograrlo necesitamos un trabajo personal, ineludible, para destruir nuestro ego enfermo y los sentimientos de miedo, voluntarismo y orgullo de los que se alimenta. Una vez superada esta primera “barrera”, tendremos la voluntad (que no voluntarismo), la humildad (que no orgullo) y la confianza (que no miedo) para buscar la Verdad.

La Fe es aceptar la voluntad de Dios. Es decir, mientras impere nuestro voluntarismo, mientras queramos que la vida sea lo que nosotros queremos que sea, no dejamos que actúe la voluntad divina. Entonces, el mayor enemigo de la Fe es el voluntarismo. Incluso, un mensaje que pudiera provenir de Dios, si nos inspira una respuesta que nos resulta “incómoda”, la ignoramos. Sólo aceptamos la respuesta “conveniente” para nuestro ego, aquella que esperamos. Cuando decimos “tengo Fe que Dios me concederá esto o aquello” o decimos tengo “Fe en Dios” por decir “creo en Dios”, ambas cosas, de ninguna manera nos acercan a Dios, son sólo producto de un auto-engaño de la flojera espiritual. ¿Acaso un padre sano dice a sus hijos: “Yo estoy aquí para hacer todo lo que quieran, sin que necesiten esforzarse”? ¿Es capaz de decir: “no hagan nada o hagan lo que quieran, de todas formas todo les perdono, sólo por reconocerme como su padre”? En la Trinidad cristiana, vivir en la Fe es recibir al “Padre”.

La Caridad es el amor al prójimo como a uno mismo. Es curioso cómo queremos unirnos con Dios cuando no podemos ni siquiera convivir en armonía con nuestros seres queridos. Queremos escuchar a Dios y no escuchamos a nuestros hijos, padres o incluso, a nosotros mismos. Queremos la hermandad pero queremos ser distintos, únicos, superiores o mejores que los demás, incluso si elegimos los aspectos negativos, queremos ser los “mejores” peores, es decir, los más tontos o los más desvalidos. Incluso podemos querer ser “mejores” o “tener” para entonces empezar a regalar, es decir confundimos Caridad con limosnas, conmiseración o condescendencia. Aún las buenas acciones pueden ser realizadas por motivos muy distintos a la Caridad. Por supuesto que los actos buenos tienen su valor moral propio; pero lo que nos acerca a Dios no es tanto el tamaño o cantidad de nuestros actos buenos, sino de la verdadera intención de nuestros actos. ¿Acaso un padre sano diría a sus hijos: “odia y maltrata a tu hermano, pero le regalas un juguete y todo arreglado”? El orgullo nos separa de los demás, por tanto, nos aleja de la Caridad. En la Trinidad cristiana, vivir en la Caridad es recibir al “Hijo”, al "hombre".

La Esperanza es el deseo de reunirnos con Dios, de regresar a Él, de “religarnos”. Sin embargo, esto requiere del abandono de muchas de las cosas que nos alejan de Él, y no me refiero a renunciar a la “vida”, ya que podemos contactar a Dios o la Verdad en vida, Él está siempre presente y disponible. Al afirmar esto no me refiero a las auto-respuestas complacientes a nuestras peticiones, sino a verdaderamente buscar la Verdad. La Verdad sólo llegará cuando en verdad la busquemos. Creer que lo que nos dicen o nos han dicho es la verdad y no estar abiertos a aceptar posibles errores no es buscar la Verdad, es tenerle miedo a la Verdad. Debemos renunciar al ego mismo, a muchas creencias, a un estilo de vida y a muchas otras cosas que nos dan una falsa “seguridad”. El miedo, entonces, no deja lugar a la Esperanza. En la Trinidad cristiana, vivir en la Esperanza es recibir al “Espíritu Santo”.

Enoch Alvarado

23 de marzo de 2009

Diccionario Náhuatl-Español

Diccionario Náhuatl-Español

En internet circulan ya algunas cuantas palabras en lengua náhuatl. Quise reunirlas y añadir nuevas palabras.

Náhuatl - Español
Acamapichtli - Invitación para ir a acostarse
Acapulco - Cantina
Acatempan - Panadería
Acatlán - Los encontré
Acattopa - Límite
Achtopa - Fibras de algodón empleadas para limpieza
Aguacatl - ¡Golpe avisa!
Ahuehuetl - Obligadamente
Ahuízotl - Tener la razón
Atizapán - Echar aire al horno de la panadería
Atlacomulco - Robo frecuentemente
Axayácatl - Lejano
Axólotl - Cercano
Áyotl - Encuentro
Ayotla - Amante
Azteca - ¡Muévete a un lado!
Cacahuamilpa - Aguas negras para riego
Cacahuatl - Diarrea
Cacaxtla - Deshechos orgánicos
Cacomixtle - ¿Qué alimentos tomaste?
Calmecac - Tómelo con calma
Cayecualli - Preguntar por una dirección
Chabacano - ¡No vengas, niña!
Chachalaquiztli - Político guanajuatense
Chalco - Agua estancada
Chichicuilotl - Mujer bien formada
Chichimecapan - Mastectomía
Chichonal - Busto generoso
Chiconcuac - Patito
Chimaliztac - Se ve realmente enfermo
Chimalpopoca - Dificultad en la micción y la defecación
Chinampina - Mujer oriental inclinada
Chipotle - Golpe en la cabeza
Chontal - Lencería
Cocoyoc - Soy inteligente
Comalli - La madrina de nuestros hijos
Cuauhtemoc - Miedo a los perros
Cuicatl - Mujer policía
Cuicuilco - Pareja de policías
Cuitlacoche - Valet parking
Cuitlapan - Proteger el alimento
Culhuacán - Parte baja de la espalda
Huazontle - Enemigo de Batman
Huejotzingo - Perezoso
Huilota - Mujer de la mala vida
Huitzilopochtli - ¿Quieres postre?
Itzcalli - Acertadamente
Ixtlahuaca - Provoca náuseas
Iztacala - Sí cabe
Iztacíhuatl - No has cambiado nada
Iztapalapa - Esta es su humilde casa
Lancelotl - Caballero guerrero
Michin - Esposa
Mitla - Cincuenta por ciento
Mixcoac - Patos de mi propiedad
Miztontli - Señorita Adolescente Miss Carolina del Sur
Moctezuma - No me salen las cuentas
Nahual - Falda amplia
Nahuatlato - Aprendo a nadar
Nenepilli - Miembro no desarrollado
Nixtamallii - No está equivocada
Ocelotl - Celos compulsivos
Ollin Yoliztli - ¿Percibiste el aroma?
Papalotl - Noche de amor memorable
Quetzalcóatl - ¡Hola amigo!
Tacuba - Está borracho
Tacubaya - Se va el borracho
Tamalli - Se encuentra enfermo
Teocalli - ¿No me mientes?
Tepic - Produce ardor o comezón
Texcoco - Tres golpes en la cabeza
Texocotl - Resígnate
Tezcatlipocatl - ¡Está muy padre!
Tianguistenco - Poseo puestos ambulantes
Tizoc - Marca de reloj
Tlahtoani - Intento de coito anal
Tlahuac - Vendedor de agua
Tlatelolco - Esta mal de la cabeza
Tlaxcalli - En la calle siguiente
Toltecatl - Alimento formado por carne dentro de un pan
Topiltzin - Casco para evitar golpes en la cabeza
Totonaca - Enteramente corriente y vulgar
Tzintamalli - Transexual
Xicoténcatl - Convertirse en padres
Xitomatl - Personaje de televisión compañero de Perejílitl
Xochimilli - Bebida hecha con leche y chocolate en polvo
Xoconostle - Chocolate de marca suiza
Xocoyotzin - Soy cobarde
Xola - Abandonada
Zacazonapan - ¡Largo de aquí!
Zempazuchitl - Lo ignoro

Enochotzin

13 de marzo de 2009

El adorador de Quetzalcóatl

El adorador de Quetzalcóatl.

Había una vez, en el pueblo de Tutanpendéjotl, un viejo anciano indígena llamado Midiotzin, quien seguía creyendo en el dios Quetzalcóatl. El cura del pueblo luchaba incansablemente por hacerle entrar en razón, se bautizara cristiano y salvara su alma.
- (Cura) “Midiotzin, Quetzalcóatl no existe, jamás existió”.
- (Midiotzin) “No, tata. Yo sé que sí existió. Si él mesmito enseñó a mis antepasados a cultivar el maíz”.
- (Cura) “Probablemente existió el hombre; pero no es Dios”.
- (Midiotzin) “No, tata. Quetzalcóatl jue hombre pero también jué Dios. Eso es lo que mis viejos me contaron”.
- (Cura). “Pero adorar a Quetzalcóatl no te sirve de nada”.
- (Midiotzin) “No, si lo crea, tata. Yo li llevo sus elotitos toditos los Lunes y los pongo al pie de su imagen y él mi lo manda la lluvia y la cosecha sale retebuena”.
- (Cura) “¿Imagen? Pero si eso es una piedra”.
- (Midiotzin) “Donde asté mira una piedra yo miro a Quetzalcóatl. No lo es; pero como si lo juera”.
- (Cura) “Si la piedra desaparece, ¿dónde quedará tu dios?”.
- (Midiotzin) “Déjime li explico, tata. Quetzalcóatl lo istá en las plantitas, lo istá en il agua, lo istá en las nubis. Él mesmo las hizo y allí istá”.
- (Cura) “¿Ah si? ¿Y quién lo creó a él?”.
- (Midiotzin) “Naiden, tata. A Quetzalcóatl naiden lo hizo. Él siempre ha istado allí y siempre lo istará”.
- (Cura) “Pero estás creyendo en un Dios en el que creían las personas ignorantes hace cientos de años”.
- (Midiotzin) “Para Quetzalcóatl es lo mesmo uno que mil años, tata”.
- (Cura) “¿Dónde dice que Quetzalcóatl es Dios”.
- (Midiotzin) “Bueno, tata, pa’eso están los códices de mis agüelos donde clarito dice que Quetzalcóatl nos hizo a toditos los hombres del maíz”.
- (Cura) “¿Y dónde están esos dichosos códices?”.
- (Midiotzin) “No, pus ya los quemaron. Pero si lo platicaron a sus hijos y los hijos a sus hijos. Ansina me lo contaron mis padres y ansina lo creyo”.
- (Cura) “¿Y cómo sabes que tus códices decían la verdad?”.
- (Midiotzin) “A pus retifácil, tata. Los códices también lo decían qui isa era la verdá”.
- (Cura). “¿Y cómo sabes que eran divinos?”.
- (Midiotzin) “Pus porque tanta belleza en las palabras y lo que allí dice sólo pudo haber sido de Quetzalcóatl”.
- (Cura) “Pero Midiotzin, ya nadie cree en Quetzalcóatl”.
- (Midiotzin) “En mis tiempos, tata, sí lo éramos munchos. Pero los jueron matando o se jueron muriendo. Los que mataron por ser fieles a Quetzalcóatl, esos orita están con él cuidándonos desde el Chicnauhtopan”.
- (Cura) “Nada bueno saldrá de adorar a tu dios”.
- (Midiotzin) “Tata. Yo sin mi dios no soy nada. Él mi lo crió a mi di maíz y toditas las cosas di la Tierra. Todito lo bueno Salió de él”.
- (Cura) “Pero tu dios te ordena sacrificios humanos”.
- (Midiotzin) “No, tata. Eso hacíamos, pero ya no, tata. Era a los qui adoraban a otros dioses a los que debíamos sacrificar; pero ya no hacemos eso”.
- (Cura) “Entonces tus códices estaban mal”.
- (Midiotzin) “Sólo los entendimos mal, tata. Quetzalcóatl no si equivoca; pero nosotros, pus sí”.
- (Cura) “Te vas a ir al infierno por creer esas cosas”.
- (Midiotzin) “Nos dijo Quetzalcóatl que si creemos en él y hacemos lo que'l nos dijo, iremos al Chicnauhtopan; pero si mi olvido di él entonces entonces iré a Mictlán con todito y mis huarachitos. Yo no quiero ir al Mictlantli, tata”.
- (Cura) “Entiende, Midiotzin que sólo existe un Dios”.
- (Midiotzin) “Si lo sé. El único es Quetzalcóatl. Los otros son como dioses; pero no lo son. Como si jueran dioses chiquitos y unos son buenos y otros son malos. Mictantecutli es el más grande de los malos y vive en Mictlán; pero el mero mero di todos es Quetzalcóatl”.
- (Cura) “¿Pero cómo sabes que esos lugares existen?”.
- (Midiotzin) “Asté no lo sabe, porqui no si lo enseñaron sus tatas, tata; pero el Chicnauhtopan está más allá del ilhuícatl y Mictlán lo está muy dentro en la tierra, como si caváramos un pozo projundo”.
- (Cura) “Quiero bautizarte para que seas hijo de Dios”.
- (Midiotzin) “Ya mi lo hicieron hijo de Quetzalcóatl desde chiquito mi lo pusieron un círculo de tierra y ceniza de maíz en la espalda y en las plantas de los pieses”.
- (Cura) “Vamos a ver, Midiotzin. ¿Tu dios hace milagros?”.
- (Midiotzin) “Retiartos, tata. Sin ir más patrás, apenitas mi nietecito andaba retemalito y mi lo curó”.
- (Cura) “¿Y cómo sabes que lo curó tu dios”.
- (Midiotzin) “Ah, pus porqui yo mesmo se lo pedí retiharto y le llevé muchos elotitos tiernos, d’esos que li gustan”.
- (Cura) “¿Y si se hubiera muerto?”.
- (Midiotzin) “Antonces pus ni modo, sería porqui ansina lo quiso”.
- (Cura) “¿Y cómo sabes que estás en lo cierto?”.
- (Midiotzin) “Muy fácil tata, porqui así lo siente mi pecho y mi corazón no falla”.
- (Cura) “Estás ciego a la verdad de Dios”.
- (Midiotzin) “Tata, ¿por qué no quiere su mercé creer en Quetzalcóatl?”.
- (Cura) “Porque son inventos de la gente, basado en leyendas de gente, más ignorante aún, de cosas que pasaron hace cientos de años de las cuales jamás hay una sola evidencia de verdad, fuera de lo que tus códigos dicen que dicen”.
- (Midiotzin) “Tata, Pa'creer lo que su mercé me dice dígame, el suyo ¿en qué es distinto?”.

Enoch YotzinTéotl

9 de marzo de 2009

Cuentos absurdos, ridículos, estúpidos o increíbles… o todo junto.

Cuentos absurdos, ridículos, estúpidos o increíbles… o todo junto.

El dolor de pie y la aspirina.
Conocí un hombre que sufría enormemente por un constante dolor en un pie. Jamás acudió al doctor porque decía, podía ser algo grave y no quería saberlo. Además, una simple aspirina calmaba su dolor. Cuando el dolor volvía, otra pastilla. Cuando el dolor era fuerte, tomaba dos. Así pasó el resto de su vida, entre el dolor del pie y el alivio que la medicina le proveía. Cuando murió -por otras causas-, el médico que certificó su muerte, notó que tenía enterrado un clavito en el pie. Así vivimos la vida, eludiendo nuestro dolor por miedo y llenándonos de paliativos, cuando la solución -que consideramos imposible de existir- está más cerca de lo que creemos.

El vecino incómodo.
Había una vez un señor cuyos hijos se metían al jardín vecino cada vez que podían para tomar lo que allá encontraran. El vecino los dejaba porque aunque se llevaran algo de comida, también le hacían trabajitos ocasionales, aquellas cosas que sus propios hijos (unos chiquillos rebeldes y ruidosos que sólo pensaban en divertirse), jamás harían. Además, sabía que su padre, el señor de nuestro cuento, se dedicaba la mayor parte del tiempo a holgazanear y emborracharse. No sólo descuidaba su propiedad, la cual amontonaba ya pilas de basura, sino que maltrataba a sus hijos y golpeaba a su mujer. Sus constantes borracheras eran escandalosas y los gritos y golpes se oían hasta la casa del preocupado vecino. Cuando podía, ese mal vecino aventaba su basura a su patio y muchas veces se metía a su propiedad a provocar y escandalizar o a llevarse “prestado” lo que pudiera. Como la pequeña rejita de madera poco permitía el control de las constantes invasiones a su propiedad. El vecino decidió construir una barda que separara ambas casas. El señor de nuestro cuento, pregonó en todo lugar su disgusto porque el vecino estaba haciendo esa barda sin tomarlo en cuenta. Cualquier semejanza con el muro fronterizo entre USA y México es la puritita verdad.

El bote de remos.
Había una vez un bote de remos donde 13 personas trataban de cruzar un ancho mar. En esa lanchita, sólo remaba 1 de ellos. El que remaba, muchas veces se quejaba, y trataba de dejar de remar o remar lo menos posible cuando los demás no veían. Cuando era descubierto, era castigado. Los demás se quejaban todo el tiempo de lo lento que avanzaba la lancha y cuando venía una ola fuerte, los hacía retroceder muchas veces más de lo poco que habían avanzado. A veces, una ola alta introducía agua al bote y dificultaba aún más el avance. En varias ocasiones se discutió la situación entre todos; pero la decisión de la mayoría era que sólo aquél siguiera remando, aún cuando no avanzaran, retrocedieran o se hundieran. En México y sólo 1 de cada 13 personas paga impuestos sobre los ingresos.

La mina de oro.
Había una vez un pueblo donde se descubrió que las casas estaban construidas sobre un gran filón de oro. La alegría y algarabía fueron enormes. Como serían inmensamente ricos, se olvidaron de trabajar, cultivar la tierra y de muchas otras labores arduas. Se reunieron los habitantes del pueblo para ponerse de acuerdo cómo debían proceder con respecto de la nueva riqueza encontrada. Pero no se podían poner de acuerdo. Unos se negaban a que se excavara porque las casas se derrumbarían. Otros sólo aceptaban si ellos eran los únicos que podían excavar. Otros querían vender la mina y repartirse el dinero. Otros se negaban a que se explotara la mina porque aseguraban que los demás no entregarían bien las cuentas y se quedarían con una parte del dinero. Las discusiones subían de tono y nadie quería ceder en su postura. Mientras se ponían de acuerdo, de vez en cuando el jefe del pueblo y sus ayudantes recogían piedras que contenían alguna cantidad de oro. Al no ser puro, la vendían en unas cuantas monedas en el pueblo vecino, para poder llevar comida a la gente. El pueblo vecino, separaba el oro de la piedra, lo purificaba y lo vendía muy bien, muchas veces lo vendía de vuelta al pueblo de nuestro cuento. Con el dinero que obtenía por el oro, podía pagar todas las piedras que le llevaran. Pasaron muchos años, la pobreza era generalizada y agotaron gran cantidad del oro vendiéndolo por unas cuantas monedas, mientras los habitantes del pueblo jamás se pusieron de acuerdo. México ha agotado gran parte de sus reservas petroleras y recursos naturales y no hemos podido disfrutar de su riqueza.

El entrenador de basquetbol.
En un pueblo muy lejano, la gente tenía como sueño dorado lograr tan solo un campeonato de básquetbol, ya que solían realizar muy mal papel cada vez que jugaban contra otros equipos. Aún cuando costó muchísimo dinero, contrataron un entrenador de entre los mejores del mundo. Todos vitorearon su llegada y estaban seguros que, ahora sí, el nuevo entrenador haría posible el trofeo largamente soñado. El entrenador empezó a trabajar y pronto se dio cuenta que existía una regla que le obligaba a jugar con los mismos jugadores de siempre. El entrenador, cauteloso, pactó algunos partidos amistosos con rivales de poca importancia y logró algunas victorias. La gente se volvía loca de contenta y convirtió en héroes a los jugadores. Pero luego llegaron rivales más fuertes y el equipo demostró que no tenía calidad. El entrenador creyó, por un momento, que los habitantes del pueblo se darían cuenta y permitirían cambiar esa absurda regla. Pero no fue así. Fue criticado, abucheado y se le exigió su renuncia. Cuando el entrenador abandonó el pueblo ya era el ser más odiado y despreciado por todos. Esto no tendría nada de especial… sino que la misma historia se repitió una y otra vez, invariablemente, durante muchos, muchos años y el equipo… jamás logró un campeonato. Si se dieron cuenta que en México sucede lo mismo con el entrenador de la Selección Nacional de fútbol son muy "despiertos". Si se dieron cuenta que lo mismo sucede con los nuevos “gerentes”, con el nuevo “programa de cómputo”, con el nuevo “asesor de calidad” o con cada "Presidente de la República", entonces son sabios.

El viejo y la chimenea.
Había una vez un hombre gruñón que durante el frío Invierno se sentaba frente a la chimenea de su casa y decía: “chimenea, cuando me des calor, te pondré leña y encenderé”. Cualquier semejanza con nuestra actitud ante la vida es mera coincidencia.

La invitaciòn a misa.
Había una vez un señor que invitó a todos los vecinos a la misa y fiesta de cumpleaños del señor cura. Entre dos vecinos en particular, había un par que tenían muchos años de haberse enojado. Uno de ellos era el hombre rico del pueblo. El otro, un joven rebelde. El señor de esta historia se llevaba muy bien con el hombre rico, no sabemos si por miedo o por conveniencia; pero el compadre era sobrino del cura. Así que tuvo la feliz idea de mandarle una invitación al sobrino pidiéndole que, tan pronto terminara la misa, se fuera para su casita y “todos felices”, según él. Como sabía que estaba siendo descortés, le pedía en su carta que eso quedara entre ellos. El día de la fiesta, terminando la misa, el sobrino se despidió diciendo que iba porque no había sido invitado a la fiesta. Tal vez por ignorancia de lo sucedido o tal vez por cinismo, la esposa del anfitrión tachó de mentiroso al joven rebelde quien, para demostrar que no era un mentiroso, mostró a todos la invitación. El escándalo dentro de la casa fue mayúsculo. Unos se desvivían en disculpas con el vecino mientras que otros se sentían indignados. Los demás vecinos sólo reían y reían. Cualquier semejanza con Vicente Fox, George WC Bush y Fidel Castro es mera coincidencia.

El necio. (Cortesía involuntaria de mi hermana Ruth)
Platicaba un amigo a otro: “¿qué crees? Me pasé discutiendo dos horas con el nuevo empleado del otro departamento… ¡qué necio es!

La invitación.
Parte 1.
- ¿Entonces qué, cuate? ¿Vamos a chupar?
- Lo siento, no tengo lana.
- ¡Vamos!, yo invito.
Parte 2.
- ¿Entonces qué, cuate? ¿Vamos a comer?
- Lo siento, no tengo lana.
- Bueno, será otro día

Los tres cochinitos.
Había una vez, tres cochinitos que vivían en una casa. Sí, eran los mismos cerditos del otro cuento donde todos aprendimos que no importa si somos perezosos e irresponsables, ya que podemos “caerle” a la casa del que no lo es. Pero bueno, esa es otra historia y la nuestra sólo se refiere a lo que sucedía por las noches en esa casa. Llegada la hora de dormir, los puerquitos iban a la cama y se tapaban con una sola cobija. Como la cama era de uno solo de ellos y sólo tenía una pequeña cobija, los chanchitos pasaban frío ya que si uno jalaba la cobija para taparse, destapaba a los otros. Toda la noche se la pasaban jalando la cobija y jamás, como animales que eran, se les ocurrió buscar una solución que no fuera tirar más duro cada vez hasta que la rompieron. Cualquier semejanza con nuestros partidos políticos es la pura realidad.

Masiosare.
Érase que se era un señor que se quejaba de su familia con un amigo:
- “La verdad, no aguanto más. Mi señora es una fodonga y cochina que se la pasa todo el día desarreglada y ni siquiera me tiene la comida cuando llego. Mi hija me pide dinero a cada rato para comprarse ropa y tarjetas telefónicas. Mi hijo agarra mi coche y me lo deja sin gasolina por andar paseando a los cuates. Mi suegra es una vieja metiche que se la pasa jode que jode cada vez que puede, aunque yo la mantengo. Mi hermano es un conchudo que nada más va a mi casa a saquear el refrigerador. Mi madre se la pasa reprochándome que no le hablo por teléfono y que ella dio todo por mi y que yo le pago mal…”
- (Amigo). Caray, qué mala onda son.
- ¡Qué pasó! ¡Con mi familia no se meta!
Podemos criticarnos y destrozar a nuestro Gobierno… pero masiosare un extraño enemigo abrir la boca… entonces nos sale lo patriotas.

La imagen del hombre.
Había un hombre tan preocupado por su imagen que la única imagen que daba es la de un hombre que sólo se preocupaba de su imagen.

Enoch Alvarado

2 de marzo de 2009

No es lo mismo

No es lo mismo

Clasificación A
Tener un hambre atroz que tener un hombre atrás
Enchinarse el cuero que encuerarse el chino
América Latina que la tina de América
Un círculo vicioso que un vicio circuloso
Cuáles portales que tales por cuales
Bolsas en tela que telas embolsas
Los dolores de las piernas que las piernas de Dolores
Los perros de Charles que echarles los perros
La tormenta que se avecina que la vecina que se atormenta
Me río en el baño que me baño en el río
Los libros de texto que detesto los libros
El rio Missisippi que me hice pipí en el río
Una burra vieja que una vieja burra
Vivir en la calle de en medio que vivir en medio de la calle
Puré de tomate que tómate el puré
Trato hecho que te hecho teatro
Tengo malestar que tengo que estar mal
El fondo de la botella que la botella del fondo
Corazón Aquino que aquí no, corazón
Mi auto Mercedes Benz que Mercedes, ven a mi auto
El hombre de La Mancha que la mancha del hombre
El sida tiene cura que el cura tiene sida
Una cinta negra que una negra encinta
Clavar un piso que pisar un clavo
Pegarse un tiro que tirarse un pedo
Maniobrar que obrar maní
En la Calle Zaragoza que Sara goza en la calle
Un hombre en mal estado de coma que te comas un hombre en mal estado
El Conde del Salto del Agua que el Conde saltando en el agua
Un gato montés que montes un gato
El homenajeado que el ojo meneado
Apurar el saco que sacar el puro
Decir todo lo que se piensa que pensar todo lo que se dice
Todos los Urrea que los zurré a todos (gracias, Nacho)
Aleja la mora que la moraleja
La peña del panal que la pena del pañal
Una cosa por otra que una costra porosa

Clasificación B
La madre no tiene cura que el cura no tiene madre
Un Hada Madre que una madreada
Un hada te condena a dormir que dormir con una condenada
Quedar estupefacto que ser estúpido “de facto”
Un ponche rico que un pinche ruco
Ver con el rabillo del ojo que ver con el ojillo del rabo
Un saco de frijoles que te saquen los frijoles
Bañarse paulatinamente que en mi mente Paula se baña en tina
Coloco telas que telas coloco
Un cura con una sotana negra que un cura en el sótano con una negra
Ponte al fresco este besugo que ponte fresca y ya subo
Ramona Cabrera que ramera y cabrona
Huele a traste que atrás te huele
La barra de colgate que colgate de la barra
Mandar encolar que la cola mandar
Tejidos y novedades en el piso de encima que te jodes, no ves nada y encima te pisan
Al gas ¡salgan! que ¡salgan al gas!
La verdura que verla dura
Dejo el pan que el pandejo
Ese son te gusta a ti que te gusta a ti ese son
Palo de rosa que rosado del palo

Clasificación C
Venus, súbete al monte que súbete al monte de venus
Me como tu chocolate que me late que tu cocho me como
Ponerse el crepúsculo que ponerse crespo el -bliiiip-
Salir del tabernáculo que salir de -bliiiip- de la taberna
El piso de abajo que te piso el de abajo
Una estrella tuberculosa que ver tu -bliiiip- estrellado en una loza
Bolas de nieve blanca que Blanca Nieves en bolas
Las ruinas de Machu Pichu que un macho te arruine el picho
Tengo un dejo de pena por mi amigo que un tengo un amigo pendejo
Echarse en la playa virgen que echarse una virgen en la playa
Que cosa un saco y tome ponche que un cosaco te tome y ponche
Una silla de montar de cuero que te encuero y te monto en una silla
Un niño haciendo pipi que un pipi haciendo un niño
El papá de Rebeca Jones que Rebeca dé el papayón
Leche en polvo que le eché un polvo
Yoduro de metilo que yo te lo metí duro
El pepino no me va que me vacuno el pepino
El lecho de los siete enanitos que le echo siete en el anito
Te pongo repelente que te la pongo de repente
Un metro del encaje negro que un negro te encaje el metro
Subirse al metro en pajaritos que subirse en un pajarito de a metro
Entre, señora Meneses que señora, menéese pa’ que entre
Tu hermana en el jardín del edén que le den a tu hermana en el jardín
Besar la paloma de la paz que la paz de besarme la paloma
Kentucky Fried Chicken que Trying to Fuck in the Kitchen
Chorizo en baño María que María te bañe el chorizo
Lo hizo el cura Melchor que cúrame el chorizo
Montenegro que te monte un negro
Unas pelotas negras que unas negras en pelotas
La hija del Rajá que la -bliiiip- de la hija
Tita, dame té que dame tetita
Dos tazas de té que dos tetazas
Huevos besamel que bésame el huevo
Tirar las torres gemelas que tirarse a las gemelas Torres
La culata del revólver que revolverte la culata
Tres hoyos en el techo que te echo tres en el hoyo
La papaya tapatía que tápate la papaya, tía
Las cumbres de maltrata que maltrátame las cumbres
Los montes de Tapachula que tápate los montes, chula
El Consulado General de Chile que el General con su chile de lado
El Pico de Orizaba que te rizaba el pico
Emeterio, Zacarías, Saturnino y Guajardo que meterlo, sacarlo, sacudirlo y guardarlo
El que llegue primero a la meta que el primero que llegue te la meta
Carmelo y Benito que venir y tocármelo
Huevos de arañas que arañas los huevos
Tubérculo de papa que ver el culo de tu papá
Huevos con machaca que machacar los huevos
Una negra en el Canal de la Mancha que una mancha en el canal de la negra
Las lechugas de parcela que las pechugas de Marcela
Te pongo un hongo venenoso que vengo y te pongo el oso
Tirar al guardameta que te tire y la meta un guarda
Que te guste el heavy metal que te guste que te la meta el heavy
Ésta es la hora clave que ahora te clave ésta
El gran arte de Goya que agrandarte la argolla
Un pequeño saltamontes que un pequeño te salte y monte
Trepar el palo encebado que encebar y trepar el palo
Mi mamá me mima que mimí me mama
Meter el tema que temer que te lo metan
Traspasar que pasar atrás
El aceite Texaco que Texaco el aceite

Tampoco es lo mismo...
Dormirse en el instante que dormirse en el acto
Preparar las maletas que preparar las petacas
Aventar una varita que echar un palito
La monja no tiene remedio que la monja no tiene cura
¡Virgen Santa! ¡Un cadáver! que ¡Puta madre! ¡Un muerto!
Un coyote sin pierna que un coyote cojo
Dar un beso en la oscuridad que dar un beso en lo oscurito

Enoch A. Jiménez

1 de marzo de 2009

Por ingrata la maté

Por ingrata la maté
Antes de entrar en el tema, quiero compartirles un chiste:
En el cumpleaños del hombre más viejo del mundo acude un periodista a entrevistarlo.(Periodista): "¿Cuál es el secreto de su larga y sana vida?"
(Anciano): "A que jamás discuto con nadie, jovencito".
(Periodista): "Yo no creo que eso sea suficiente".
(Anciano): "¿Verdad que no?"
Desde que existen los registros históricos, la humanidad ha vivido en guerra constante. Las conclusiones de los paleo-antropólogos es que el exterminio entre grupos rivales era frecuente en los primeros homínidos. En la prehistoria, seguramente se luchaba por el alimento; pero, actualmente, ¿por qué seguimos peleando? Para aquellos que desconocen esta simple verdad histórica, culpan de los problemas a la falta de valores, a la pobreza, a la falta de educación, a la economía mundial, a la desintegración familiar, a la ausencia del temor a Dios, a la televisión o hasta a los videojuegos. Si esto fuera cierto, los problemas serían "nuevos" y podría pensarse que jamás se conocieron en la antigüedad. Pero esto no es así. Los conflictos de hoy no son menos graves que los del pasado, solamente no los percibimos como amenazas en absoluto. Para nuestro ego, una masacre que sucede en otra parte del mundo es menos digna de preocupación que el peligro de que nos roben la cartera.
Toda clase de conflictos se suceden día a día y, aunque no tiene por qué ser así, difícilmente podemos pensar que la vida podría ser totalmente distinta. Peleamos contra amigos, hermanos, padres, hijos, parejas, vecinos, maestros, otros conductores y contra toda la gente en nuestro entorno, es decir, contra el otro; luchamos diariamente contra nosotros mismos, con nuestros impulsos, deseos y necesidades; por último, peleamos contra el mundo en guerras contra las ideas, las palabras, nuestros miedos o contra temibles enemigos imaginarios. Entablamos estos tres tipos de batallas con la firme convicción de que todos, menos nosotros, tienen la culpa de este sufrimiento. Incluso en la lucha interna culpamos a nuestros padres por los conflictos que suceden en nuestro interior. La solución debe venir de afuera y, mientras tanto, somos víctimas inocentes de la maldad humana y eludimos nuestra responsabilidad.
El ingrediente esencial para cualquier conflicto es estar convencidos de que tenemos la razón, la verdad o la justicia de nuestro lado. Y esto es lo más común en nosotros, ya que damos por hecho que aquello que creemos es verdadero o no lo creeríamos. Aún cuando discutimos de algo que desconocemos, algo en lo que no creemos o algo que realmente no nos importa, aún creemos tener razón en nuestro derecho a discutir y a defender nuestra "verdad". Muchas veces "verdades" tan contrarias a la ley natural las cuales expresamos con total candidez y mucha convicción: "yo mataría a los secuestradores" sin pensar que un asesino es mucho peor que un secuestrador, "si me engañas te mato", "muerte a los infieles" o "mueran los ricos". ¿Acaso sólo se requiere de "tener la razón" para convertirnos en asesinos? Para algunos, tal parece que sí. Al menos así sucede en los asesinatos pasionales, en los crímenes de odio y en las guerras. Aunque esos ejemplos son extremos, en la vida diaria hacemos miles de racionalizaciones para justificar cualquier cosa que hacemos, decimos, pensamos o sentimos, aún las más bajas o equivocadas posibles. Creemos tener derecho de bloquear calles porque nuestras demandas "son justas"; los adúlteros nos justificamos diciendo que nuestra pareja "no nos da lo que necesitamos"; como empleados "robamos" al jefe porque éste nos explota; como empresarios evadimos impuestos porque aseguramos que "se van a robar el dinero" y como padre golpeamos a los hijos "para educarlos". No importa si la forma de actuar es buena o mala, nos auto-justificamos en todo momento.
Hemos aprendido a que dos verdades opuestas no pueden coexistir y debemos optar por una: entre ser "buenos" y "malos", queremos ser "buenos" o, tal vez, "malos"; entre el Cielo o el Infierno queremos ir al Cielo; en la lucha de la justicia contra la injusticia, probablemente queremos ser justos y entre la inteligencia o la estupidez, preferiremos ser inteligentes. Todo lo percibimos en forma dualista. Esta percepción de la vida la llevamos a todas las situaciones y construimos todo un sistema de creencias acerca de la parte de la dualidad en la cual debemos estar en todo momento. La elección del lado "correcto" responde a la forma en que creemos que obtendremos el amor y la aceptación de los demás. De pequeños, era cuestión de vida o muerte obtener el amor y aceptación de las figuras paternas; pero para muchos de nosotros sigue siendo tan importante ahora como entonces. Podríamos creer que nuestras elecciones serían las mismas para todos; sin embargo esto no sucede así. Por ejemplo, entre la salud y la enfermedad, algunos escogerán la segunda para obtener atención o los mimos de una madre que sólo en la enfermedad atiende al hijo. Habrá quien opte por ser "malo" ya que ser regañado, temido u odiado es una forma de obtener el reconocimiento ajeno.
En las discusiones con el otro, está la dualidad "o tú o yo" y optamos por el "yo"; entre tener la razón o estar equivocado, preferimos tener la razón; entre ganar o perder, preferimos ganar. Perder un pleito es caer en el lado "indeseable" de la dualidad: el de la mentira, el del error, el del mal o el de los estúpidos. Más aún, es abandonar el lado en el cual creemos que debemos estar para poder ser "amados" y aceptados. Significa que seremos o pareceremos "tontos" y perderemos el amor y respeto de los demás.
Cuando entablamos una lucha contra nuestros pensamientos, deseos, necesidades e impulsos en aras de estar siempre del lado "deseable", cuanto más luchamos, obtenemos más tensión y sufrimiento interno y externo, ya que sabemos racionalmente que es imposible no fallar. Sabemos que no podemos mantenernos del lado "deseable" todo el tiempo, así que ocupamos gran parte de nuestra energía vital esforzándonos en lograrlo. Mantenernos alejados del lado opuesto o perdonarnos cuando fallamos consume tanta o más energía y esto explica la intensidad emocional y la forma tan cruel con la cual castigamos o nos castigamos y la vehemencia que empleamos para no "fallar" y para sacar al otro de su error. Realmente los conflictos con los otros son conflictos con nosotros mismos. Llevamos nuestra lucha interior al exterior y queremos que los demás libren, o al menos compartan, nuestra lucha. Esperamos que los demás sean lo que nosotros necesitamos que sean, que los demás hagan lo que nosotros creemos que deben hacer. Queremos convencer a los otros de nuestras verdades. Creemos que aquello que es bueno para nosotros lo será necesariamente para los demás. Hacemos esto no tanto por procurar el "bien" ajeno sino para alejar el "mal" de nuestro entorno. El conflicto se convierte en completo caos cuando aceptamos creencias absolutas. En los absolutos negativos, por ejemplo, "todo es pecado" o "soy malo", la lucha está casi perdida y necesitamos "purificarnos" con grandes sacrificios como la auto-humillación la auto-inmolación, la flagelación, la denigración y muchas otras actitudes dañinas. En los absolutos positivos nos auto-glorificamos, por ejemplo, "soy mejor que los demás" o "Dios está de mi lado" por lo tanto mis acciones y creencias están más que justificadas.
En la lucha contra el mundo, peleamos contra posibles calamidades, catástrofes inminentes, el "día del juicio final", contra grupos religiosos, raciales o políticos distintos al nuestro, contra el comunismo, el capitalismo o el sionismo; también peleamos contra "enemigos imaginarios", como los extraterrestres o grupos "conspiradores" que tratan de apoderarse del mundo. Luchamos tanto para atacar creencias como para defender otras. A diferencia de los otros conflictos donde el enemigo está plenamente identificado (nosotros mismos o el otro), el enemigo en este nivel puede ser cualquiera en cualquier momento: el hermano, la pareja, el equipo rival, el país vecino, los comunistas, los imperialistas, los ateos, las otras religiones, las otras razas, los terroristas, el S.I.D.A., los homosexuales, los ricos, el Gobierno, los indocumentados, el juicio final, los extraterrestres, el cambio climático o el mundo entero. Cualquiera o todos pueden convertirse en enemigos por el simple hecho de estar en el lado "opuesto" de la dualidad, así que vivimos en una angustia y desconfianza constante. La indefinición del enemigo es causa de gran tensión, ya que el enemigo a vencer es "difuso" y "oculto". Una vez instalada la "creencia", sólo se necesita muy poco para desbordar la tensión contenida. El asesinato de indocumentados, los linchamientos contra "presuntos" delincuentes, las persecuciones religiosas, los crímenes raciales y de odio, los exterminios masivos de pueblos enteros, las guerras y los peores crímenes contra la humanidad tienen su origen en esta clase de lucha.
En cada batalla está en juego mucho más que "la verdad" y esto resulta obvio cuando observamos que existen muchas emociones intensas en las discusiones, en muchas ocasiones totalmente desproporcionada al punto de discordia. Recordemos, por ejemplo, cuánta intensidad puede darse en una discusión por un tema tan trivial como un partido de fútbol. Lo que en realidad se disputa es el ego. Perder significa no ser suficientemente inteligente, bueno o fuerte para defender nuestra verdad. Para nuestro inconsciente, perder significa que nuestra propia imagen "morirá", al menos durante cierto tiempo. Por esto, perder o ganar se convierte en un asunto de vida o muerte. Para que nuestro ego sobreviva, debemos probar que estamos en lo cierto y es el otro el que está equivocado.
Lo que buscamos en los pleitos con los demás es mostrar el error al otro. Si no tuviéramos esa intención, no iniciaríamos discusión alguna y bastaría con "dejarlo pasar". Pero, ¿para qué queremos mostrarle su error al otro? La creencia es que el otro finalmente se hará consciente de su error, nos dará la razón y quedaremos "bien" ante él, recuperando su amor o respeto y regresará la armonía. Mientras esto no sucede, pensamos que no hemos hecho lo suficiente e intentamos con más fuerza aún, creando una espiral ascendente de ansiedad e intensidad emocional que terminará cuando la pasión se desborde y nos provoquemos algún daño -físico o emocional- a nosotros mismos o al otro, lo cual era lo contrario de nuestra intención original. Durante el transcurso de la batalla podemos estar tentados a ceder y apaciguar los ánimos; pero, como no abandonamos la idea de que teníamos la razón, esta alternativa nos deja resentimientos hacia adentro y hacia afuera, ya que a la confusión original de "sólo yo tengo la razón" le añadimos el "aceptar lo inaceptable".
Empleamos tres formas de pelear dependiendo de cuál creemos nos asegurará el triunfo: la agresión, donde creemos que podemos imponer nuestra verdad por la fuerza; la sumisión, donde la hostilidad permanece subyacente; y la indiferencia, la cual evade o posterga el enfrentamiento hasta una "mejor ocasión". A veces empleamos más una estrategia que otra en un momento dado de nuestra vida, a veces usamos distintas soluciones ante diversas situaciones o distintas personas. También es posible que intentemos las tres durante una misma discusión. Todo, con el fin de "ganar" la batalla. Ganar es una victoria; pero, ¿es realmente una paz duradera la que obtuvimos? Perder es fuente de sufrimiento; pero, fuera de nuestro ego lastimado, ¿qué perdimos en realidad? Las victorias son "efímeras", las derrotas dejan huellas muchas veces imborrables, ¿vale la pena vivir así?
En el pensamiento dualista en el cual vivimos inmersos, todo debe ser o hacerse de una manera, de la manera "buena", de la manera que nosotros creemos o aprendimos que "debe ser". Iniciamos miles de luchas diarias contra la vida, de todos tamaños, en las cuales sentimos que "debemos" triunfar. Debemos probar que somos "capaces", "fuertes" o "listos"; dignos de amor y reconocimiento. Debemos triunfar sobre nosotros mismos, sobre los otros y sobre las circunstancias. Debemos ser "triunfadores". Cada oposición es una posibilidad de derrota y, la derrota es la "muerte", por eso luchamos con tanta intensidad. Cada pequeño triunfo nos da cierto alivio temporal, tal vez más ánimos de seguir adelante; pero, ¿por cuánto tiempo? Vivir en la dualidad es vivir con temor constante de fallar.
¿Acaso debemos renunciar a nuestro anhelo de ser mejores personas? ¿Acaso no debemos luchar contra la injusticia o la maldad del mundo? El anhelo de ser mejores personas y el deseo de una mejor vida son totalmente legítimos; sin embargo solemos perseguir nuestros mejores ideales en las formas equivocadas. El error parte de la visión dualista del mundo, de la ignorancia e incredulidad de que existe otra forma de vivir la vida.
Empecemos por una manera distinta de pelear, de acabar una discusión o -mejor aún- de no iniciarla. Decía, antes, que el ingrediente esencial es estar convencidos de que tenemos la razón, la verdad o la justicia de nuestro lado. Esto es fruto de la concepción dualista. Lo único que tenemos que hacer es preguntarnos: "¿cuál es la verdad?". En el momento en que busquemos la verdad en vez de probar tener la razón, se acabará la discusión o jamás la iniciaremos. Esto es lo más fácil de hacer, no sujeto a tensiones ni desgaste de energía, deja intacto nuestro ego y nos acerca a la verdad. Si tenemos el deseo auténtico de conocer la verdad abriremos la conciencia, surgirá la inspiración, abandonaremos creencias falsas y erróneas y, por último, habremos dado un verdadero paso hacia delante en nuestra lucha por ser mejores personas. Debemos renunciar a la idea que poseemos la verdad, debemos cuestionar la idea de que sólo existe aquello que vemos o sentimos, debemos permitirnos cuestionar, revisar y eventualmente cambiar nuestras ideas pre-concebidas, nuestras convicciones, nuestros miedos, nuestra forma de vida, nuestros juicios, nuestros valores, generalmente aprendidos sin cuestionamiento alguno. Este acto de humildad nos acerca a la Verdad. Este acto de generosidad con nosotros mismos y los demás abre la puerta a mejores relaciones, a aceptarnos y aceptar a los demás, a vivir la vida como es y no como queremos que sea.
Nuestra percepción dualista del mundo jamás nos dará la felicidad, ni mucho menos traerá paz, justicia o unidad al mundo. La percepción dualista divide todo en dos, como ya hemos visto, pero esencialmente nos divide a nosotros mismos, a nosotros de los demás y a los demás de los demás. La dualidad siempre lleva implícito un juicio de valor y vivir juzgando el mundo y todo lo que sucede conduce a la amargura y a la soledad. Esta forma de vivir la vida entabla luchas interiores y exteriores convirtiendo a todos en enemigos, o cuando menos en extraños.
No pueden vivirse la Fe, la Esperanza ni la Caridad en medio de la dualidad. Estos valores superiores son iguales para todos, aunque empleemos distintos caminos. Para el creyente, la Fe significa la aceptación en nuestro libre albedrío de la voluntad divina; para el no creyente, la armonía con el Universo. Para el creyente, la Esperanza es el anhelo de la felicidad última que es el retorno a Dios, para el no creyente, la trascendencia se da al hacer el bien a la humanidad por el bien mismo. Para el creyente, la caridad es el amor al prójimo como a nosotros mismos, para el no creyente, la hermandad de toda la humanidad. Al abandonar la dualidad, aceptamos que, independientemente de nuestras convicciones religiosas, no pueden actuar las leyes superiores cuando insistimos en hacer nuestra voluntad, no podemos trascender mientras tengamos cuentas pendientes con la vida y que la hermandad es imposible en un plano de desigualdad y de lucha.
Cuando estamos convencidos de lo anterior, podemos dar nuevos pasos. Estos consisten en observar, reconocer y aceptar que no se trata de "esto o lo otro", sino que puede existir tanto verdad como error en todo. Es irreal creer que sólo podemos estar de un lado de la realidad. Es una ilusión creer que podemos o debemos ser, todo el tiempo: "buenos", "listos", "generosos", "bien portados", "bonitos", perfectos","malos", "traviesos" o cualquier otra marca distintiva que elegimos para ser amados y tomados en cuenta. Es más sencillo aceptar la realidad de que podemos ser "buenos y malos", "listos y tontos", "generosos y egoístas", "culpables e inocentes", "justos e injustos" ante distintas situaciones y en distintos momentos. Este paso podría ser difícil de aceptar dada la fantasía dualista de que admitir nuestros errores o aceptar las virtudes ajenas significa "rendirse" o traicionar nuestras convicciones; o bien, puede mal entenderse y creer que debemos dar rienda suelta a la parte indeseable de nosotros mismos. Observar significa estar atentos a nosotros mismos. Reconocer significa tomar conciencia de lo que observemos. Aceptar significa dejar de luchar contra lo que "es", que tenemos ambas partes de las dualidades. Si durante este proceso empleamos juicios para decir que eso que observamos, que reconocemos o que aceptamos es "correcto o incorrecto", estamos cayendo nuevamente en la trampa dualista. Después de vencer la resistencia inicial a renunciar a lo conocido, lo cual puede requerir cierto coraje y arrojo, y de aceptar que hay mucho más de lo que nuestro ego nos permite ver, nos daremos cuenta que es mucho más fácil vivir en la realidad que vivir en constante lucha contra la vida. En la medida que aceptemos nuestras dualidades aceptaremos las ajenas abriendo el camino hacia una vida en armonía.
El último paso consiste en aceptar que existe una nueva realidad, distinta a la conocida. Una realidad que siempre ha estado ahí, aún cuando no la hayamos visto antes, donde la dualidad no existe sino que aquello que percibimos como partes separadas y opuestas son, en realidad, dos partes de la misma cosa: la unidad. En la unidad, aquello que se percibía como "indeseable" deja de parecerlo para entenderse como una parte probablemente útil del todo. Y aquello que parecía "deseable" puede resultar "indeseable" bajo algunas circunstancias. Sin embargo, no se trata sólo de "acercar" los polos antagonistas, sino de unificarlos como una sola realidad. En la unidad, el "mal" deja de ser mal, no porque desaparezca, sino porque se integra junto con el "bien" y complementa la realidad unitaria. La filosofía vino a darnos luz al demostrar que los valores negativos son –únicamente- grados de presencia o ausencia del positivo, así lo que llamamos frío no es sino un grado de la ausencia de calor: el "mal" es cierta ausencia del bien; la oscuridad, un graduación de luz; la mentira, la falta de parte de la verdad o la "ignorancia" como falta de algún conocimiento, ahora sólo hay que llevar esto a la realidad cotidiana, dándonos cuenta que existen infinidad de grados posibles dentro del todo.
La unidad es el cambio total del "o" excluyente por el "y" incluyente. Así, dejamos de creer en "lo uno o lo otro" para admitir "lo uno y lo otro", sea que vaya o no de acuerdo a nuestros gustos, deseos, necesidades o creencias. Aceptar la unidad es renunciar a que las cosas sean sólo de una manera -la nuestra- y aceptar las cosas como son, como se presentan, sin sumisión ni debilidad, sin juicios ni sufrimiento, entendiendo que la vida no depende de nosotros y por tanto es inútil tratar de controlarla. Unificarnos es estar en armonía con nosotros mismos y, por tanto, con los demás. Es tomar el verdadero control de "nuestra vida", entendiendo que nuestros actos, pensamientos, sentimientos y nuestra trascendencia dependen sólo de nosotros, no de la aceptación de los demás, para vivir y ser felices. Vivir en unidad significa poner nuestras cualidades al servicio propio y ajeno, no por el deseo de sobresalir u obtener reconocimiento sino para enriquecer la vida y a los demás, en espíritu de entrega. En la unidad entendemos que el amor que buscamos sólo llegará cuando dejemos de esperarlo y empecemos por darlo primero nosotros.
Antes de tratar de unirte con Dios, si eres creyente, o para trascender, es indispensable primero unirnos nosotros mismos.
  • No puede haber entendimiento donde sólo me escucho a mi mismo
  • No puede nacer hermandad donde trato de vencer a los otros
  • No puede darse igualdad donde intento sobresalir de los demás
  • No puede hablarse de solidaridad donde sólo busco la auto-glorificación
  • No puede nacer la colaboración donde uso mis habilidades como armas
  • No puede anidar la tolerancia donde tengo miedo de las ideas ajenas
  • No puede existir paz donde libro cruentas batallas ante cualquier conflicto
  • No puede haber respeto donde todo es pasado por el tamiz de mis juicios
  • No puede florecer la creatividad donde tengo miedo de hacer el ridículo
  • No puede haber libertad interna donde dependo de la aceptación ajena
  • No puede darse la reconciliación donde mi ego lastimado espera vengarse
  • No puede manar felicidad donde mis triunfos causan sufrimiento ajeno
  • No puede fluir la vida donde sólo habrá de ser a mi modo
  • No puede encontrarse la Verdad donde sólo puede existir mi verdad
  • No puede surgir el verdadero amor donde manda mi ego enfermo
  • No puede darse el crecimiento donde me aferro a mis creencias infantiles
  • No puede alumbrar el conocimiento donde me empeño en el auto-engaño
  • No puede haber Fe donde impera mi voluntarismo
  • No puede haber Esperanza donde obedezco a mi miedo
  • No puede haber Caridad donde vence mi orgullo
Swami-guito,
Enoch Alvarado