29 de marzo de 2009

Ego me absolvo

Ego me absolvo.

La vulnerabilidad ante la naturaleza de los hombres primitivos, en su pensamiento mágico-infantil o “supersticioso”, le llevó a crear a los primeros “dioses” de quienes tenía que lograr su favor. Aún cuando ya no creemos que existe un dios de la lluvia, el campesino que tiene miedo de perder su cosecha pide a Dios que ésta llegue. De igual forma reza el torero para pedir protección antes de exponer su vida que voluntariamente arriesga, quien tiene miedo de perder su empleo y también el criminal que no desea ser atrapado. Es decir, necesitamos a Dios por nuestros miedos.

El Padre Nuestro dice “…hágase Tu voluntad, en la Tierra como en el Cielo”. Sin embargo, ¿cuántas veces estamos dispuestos a aceptar Su voluntad por sobre la nuestra? Normalmente, cuando oramos le decimos a Dios “dame esto o aquello” o “por favor, quítame este problema”. Estas no son oraciones, son peticiones.”. No importa con qué fervor pidamos o creamos que Dios nos escuchará, esto no es tener confianza en Dios, ya que en realidad estamos diciendo “haz lo que yo quiero, porque yo sé qué es lo mejor para mi, porque es lo que más me conviene”. Es decir, necesitamos a Dios para ejercer nuestro voluntarismo.

Otros necesitamos de Dios para sentirnos bien o moralmente superiores. Necesitamos sentir que hacemos “lo correcto”, que hemos tomado el camino correcto en la vida y que, en última instancia, obtendremos nuestra “merecida” recompensa al morir. Incluso, cuando rezamos de esta manera, pedimos “fuerza” para tolerar las duras “pruebas” que nos envía, o bien sentimos que estamos siendo castigados por que somos pecadores o no hemos sido lo suficientemente buenos. Aún así, Dios tiene sus ojos puestos en nosotros, porque estamos del lado “correcto”. Es decir, necesitamos a Dios por nuestro orgullo.

Pero, ¿en realidad Dios nos envía pruebas? Y, en todo caso, ¿son en verdad “duras” estas pruebas? Seguramente no. Las cosas suceden en la vida y son “neutras”, sencillamente “son” y sólo “suceden”. Somos nosotros quienes las pasamos por nuestros “filtros” y ahí es donde las calificamos de acuerdo con nuestros pensamientos y con nuestras creencias, con nuestros deseos y nuestra imagen, con lo conocido y lo que creemos que es seguro. Si tenemos verdadera confianza en Dios y aprendemos a aceptar la vida, cualquier prueba dejará de ser difícil, dejaríamos de tener miedo, abandonaríamos la lucha contra los sucesos de la vida y humildemente aceptaríamos que no somos tan importantes para que la vida continúe.

Dios no necesita “probar” nuestra Fe, ni ponernos a prueba a cada momento. ¿Acaso esa sería la forma de actuar de un padre con su hijo? ¿le estaría poniendo “trampas” todo el tiempo y luego le sacaría de ellas…pero sólo hasta que su hijo se lo pidiera? Dios no es responsable de los sucesos cotidianos de la vida y de la falibilidad humana: no es responsable de las guerras iniciadas en su nombre, no es responsable por el odio que sentimos por los demás, no es responsable de que enfermemos o que pierda nuestro equipo favorito de futbol; pero de igual manera tampoco es responsable de lo contrario.

Solemos creer que “todo sucede por algo” y empleamos frases de consuelo como "Dios no te manda más de lo que puedes soportar" o "lo que no te mata, te fortalece" y esto es cierto en gran medida; sin embargo, confundimos las causas y propósitos. Las causas son en realidad auto-creadas por el ego sobre los eventos de esta vida y tal vez de vidas pasadas si es verdad que existe un registro kármico del alma. El propósito es aprender y superar los conflictos, purificar un mal sentimiento o trascender cierto nivel. Cuando estamos más interesados en aprender de las dificultades en vez de desaparecerlas, cuando ponemos nuestra atención en las causas y los propósitos de nuestros problemas, entonces empezamos a crecer, a ser libres y a buscar la Verdad. Es decir, cada dificultad puede servirnos -si realmente lo deseamos- para nuestro crecimiento. Depende, entonces, enteramente de nuestra actitud. Sólo cuando aceptamos que la vida sucede y no son pruebas ni castigos divinos, entonces se aligerará la “carga”, podremos centrarnos en la solución del problema y hacernos responsables por su solución.

¿De dónde viene el sufrimiento por las dificultades? Cuando ponemos nuestra voluntad por sobre la divina, cuando no aceptamos la vida como se presenta, cuando enfrentamos con miedo y la sensación de que “no merecemos lo malo” que “nos” sucede, cuando estamos en lucha constante contra nosotros mismos y los demás, en realidad caminamos en la dirección equivocada, aún cuando toda la vida hayamos creído o pensado lo contrario. En principio, entre más cerca estamos de Dios o de la Verdad debe existir más armonía y felicidad, todo debería ser claro, transparente y libre de tensión y sufrimiento; si no lo es, entonces tenemos la confirmación de que estamos en el camino equivocado. No importa cuán fuerte abracemos una mentira, ni cuánta gente la comparta, mientras exista esa desarmonía en nuestro interior, nos estamos alejando de la Verdad.

Para muchos nos resultará angustiante darnos cuenta que, en realidad, no tenemos la suficiente confianza en Dios, puesto que constantemente vivimos en el sufrimiento. Pero, darse cuenta y aceptarlo es el primer paso. No es fácil abandonar el auto-engaño y la auto-complacencia. Incluso vivir en el sufrimiento y en el auto-sacrificio, aún cuando éstos a nadie beneficien, es tan de sobra conocido que se acepta ya como una realidad “segura” y se justifica como una prueba más enviada por Dios de la cual saldremos “glorificados”.

Al auto-engañarnos podemos producir alivios momentáneos en una aflicción; pero mientras no purifiquemos el ego, el sufrimiento y la desarmonía regresarán, tal vez en la misma o en una nueva situación y, probablemente, redoblada. No importa qué tan fuertemente creamos que con veladoras, diezmos, rezando o ejecutando ciertos rituales procuraremos la intervención divina a nuestro favor. No importa cuánto deseemos que la simple convicción religiosa o que con el cumplimiento de ciertas “obligaciones” obtendremos la salvación. Tampoco sirve la intensidad que imprimamos ni que usemos bellas palabras al orar. Aún cuando parezca tranquilizador contar con un Dios que nos librará de todos nuestros problemas con sólo pedírselo ("pon tu problema en manos de Dios", decimos), en la realidad los problemas jamás se han ido ni se han arreglado de esta manera. De hecho, si esto fuera verdad, no existirían los "problemas" en primera instancia ("A Dios rogando y con el mazo dando"). La forma correcta de orar es "pedir fuerza" y "pedir encontrar la Verdad que existe dentro del problema". Si se ora de esta manera, entonces tendremos una respuesta verdadera. En realidad, no importa si un sentimiento enfermizo se aferra a algo que es verdad, es necesario purificar esos sentimientos.

Lo que todo padre sano desea de sus hijos es que éstos crezcan, sean felices y que desarrollen todo su potencial para ser buenos seres humanos, no cosas “fantásticas”, “maravillosas”, no pedimos su adoración, ni mucho menos que sean unos completos inútiles y dejen todo en nuestras manos. Nuestro compromiso ante la vida es, simple y llanamente, crecer y ser felices y para lograrlo necesitamos un trabajo personal, ineludible, para destruir nuestro ego enfermo y los sentimientos de miedo, voluntarismo y orgullo de los que se alimenta. Una vez superada esta primera “barrera”, tendremos la voluntad (que no voluntarismo), la humildad (que no orgullo) y la confianza (que no miedo) para buscar la Verdad.

La Fe es aceptar la voluntad de Dios. Es decir, mientras impere nuestro voluntarismo, mientras queramos que la vida sea lo que nosotros queremos que sea, no dejamos que actúe la voluntad divina. Entonces, el mayor enemigo de la Fe es el voluntarismo. Incluso, un mensaje que pudiera provenir de Dios, si nos inspira una respuesta que nos resulta “incómoda”, la ignoramos. Sólo aceptamos la respuesta “conveniente” para nuestro ego, aquella que esperamos. Cuando decimos “tengo Fe que Dios me concederá esto o aquello” o decimos tengo “Fe en Dios” por decir “creo en Dios”, ambas cosas, de ninguna manera nos acercan a Dios, son sólo producto de un auto-engaño de la flojera espiritual. ¿Acaso un padre sano dice a sus hijos: “Yo estoy aquí para hacer todo lo que quieran, sin que necesiten esforzarse”? ¿Es capaz de decir: “no hagan nada o hagan lo que quieran, de todas formas todo les perdono, sólo por reconocerme como su padre”? En la Trinidad cristiana, vivir en la Fe es recibir al “Padre”.

La Caridad es el amor al prójimo como a uno mismo. Es curioso cómo queremos unirnos con Dios cuando no podemos ni siquiera convivir en armonía con nuestros seres queridos. Queremos escuchar a Dios y no escuchamos a nuestros hijos, padres o incluso, a nosotros mismos. Queremos la hermandad pero queremos ser distintos, únicos, superiores o mejores que los demás, incluso si elegimos los aspectos negativos, queremos ser los “mejores” peores, es decir, los más tontos o los más desvalidos. Incluso podemos querer ser “mejores” o “tener” para entonces empezar a regalar, es decir confundimos Caridad con limosnas, conmiseración o condescendencia. Aún las buenas acciones pueden ser realizadas por motivos muy distintos a la Caridad. Por supuesto que los actos buenos tienen su valor moral propio; pero lo que nos acerca a Dios no es tanto el tamaño o cantidad de nuestros actos buenos, sino de la verdadera intención de nuestros actos. ¿Acaso un padre sano diría a sus hijos: “odia y maltrata a tu hermano, pero le regalas un juguete y todo arreglado”? El orgullo nos separa de los demás, por tanto, nos aleja de la Caridad. En la Trinidad cristiana, vivir en la Caridad es recibir al “Hijo”, al "hombre".

La Esperanza es el deseo de reunirnos con Dios, de regresar a Él, de “religarnos”. Sin embargo, esto requiere del abandono de muchas de las cosas que nos alejan de Él, y no me refiero a renunciar a la “vida”, ya que podemos contactar a Dios o la Verdad en vida, Él está siempre presente y disponible. Al afirmar esto no me refiero a las auto-respuestas complacientes a nuestras peticiones, sino a verdaderamente buscar la Verdad. La Verdad sólo llegará cuando en verdad la busquemos. Creer que lo que nos dicen o nos han dicho es la verdad y no estar abiertos a aceptar posibles errores no es buscar la Verdad, es tenerle miedo a la Verdad. Debemos renunciar al ego mismo, a muchas creencias, a un estilo de vida y a muchas otras cosas que nos dan una falsa “seguridad”. El miedo, entonces, no deja lugar a la Esperanza. En la Trinidad cristiana, vivir en la Esperanza es recibir al “Espíritu Santo”.

Enoch Alvarado

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