9 de marzo de 2009

Cuentos absurdos, ridículos, estúpidos o increíbles… o todo junto.

Cuentos absurdos, ridículos, estúpidos o increíbles… o todo junto.

El dolor de pie y la aspirina.
Conocí un hombre que sufría enormemente por un constante dolor en un pie. Jamás acudió al doctor porque decía, podía ser algo grave y no quería saberlo. Además, una simple aspirina calmaba su dolor. Cuando el dolor volvía, otra pastilla. Cuando el dolor era fuerte, tomaba dos. Así pasó el resto de su vida, entre el dolor del pie y el alivio que la medicina le proveía. Cuando murió -por otras causas-, el médico que certificó su muerte, notó que tenía enterrado un clavito en el pie. Así vivimos la vida, eludiendo nuestro dolor por miedo y llenándonos de paliativos, cuando la solución -que consideramos imposible de existir- está más cerca de lo que creemos.

El vecino incómodo.
Había una vez un señor cuyos hijos se metían al jardín vecino cada vez que podían para tomar lo que allá encontraran. El vecino los dejaba porque aunque se llevaran algo de comida, también le hacían trabajitos ocasionales, aquellas cosas que sus propios hijos (unos chiquillos rebeldes y ruidosos que sólo pensaban en divertirse), jamás harían. Además, sabía que su padre, el señor de nuestro cuento, se dedicaba la mayor parte del tiempo a holgazanear y emborracharse. No sólo descuidaba su propiedad, la cual amontonaba ya pilas de basura, sino que maltrataba a sus hijos y golpeaba a su mujer. Sus constantes borracheras eran escandalosas y los gritos y golpes se oían hasta la casa del preocupado vecino. Cuando podía, ese mal vecino aventaba su basura a su patio y muchas veces se metía a su propiedad a provocar y escandalizar o a llevarse “prestado” lo que pudiera. Como la pequeña rejita de madera poco permitía el control de las constantes invasiones a su propiedad. El vecino decidió construir una barda que separara ambas casas. El señor de nuestro cuento, pregonó en todo lugar su disgusto porque el vecino estaba haciendo esa barda sin tomarlo en cuenta. Cualquier semejanza con el muro fronterizo entre USA y México es la puritita verdad.

El bote de remos.
Había una vez un bote de remos donde 13 personas trataban de cruzar un ancho mar. En esa lanchita, sólo remaba 1 de ellos. El que remaba, muchas veces se quejaba, y trataba de dejar de remar o remar lo menos posible cuando los demás no veían. Cuando era descubierto, era castigado. Los demás se quejaban todo el tiempo de lo lento que avanzaba la lancha y cuando venía una ola fuerte, los hacía retroceder muchas veces más de lo poco que habían avanzado. A veces, una ola alta introducía agua al bote y dificultaba aún más el avance. En varias ocasiones se discutió la situación entre todos; pero la decisión de la mayoría era que sólo aquél siguiera remando, aún cuando no avanzaran, retrocedieran o se hundieran. En México y sólo 1 de cada 13 personas paga impuestos sobre los ingresos.

La mina de oro.
Había una vez un pueblo donde se descubrió que las casas estaban construidas sobre un gran filón de oro. La alegría y algarabía fueron enormes. Como serían inmensamente ricos, se olvidaron de trabajar, cultivar la tierra y de muchas otras labores arduas. Se reunieron los habitantes del pueblo para ponerse de acuerdo cómo debían proceder con respecto de la nueva riqueza encontrada. Pero no se podían poner de acuerdo. Unos se negaban a que se excavara porque las casas se derrumbarían. Otros sólo aceptaban si ellos eran los únicos que podían excavar. Otros querían vender la mina y repartirse el dinero. Otros se negaban a que se explotara la mina porque aseguraban que los demás no entregarían bien las cuentas y se quedarían con una parte del dinero. Las discusiones subían de tono y nadie quería ceder en su postura. Mientras se ponían de acuerdo, de vez en cuando el jefe del pueblo y sus ayudantes recogían piedras que contenían alguna cantidad de oro. Al no ser puro, la vendían en unas cuantas monedas en el pueblo vecino, para poder llevar comida a la gente. El pueblo vecino, separaba el oro de la piedra, lo purificaba y lo vendía muy bien, muchas veces lo vendía de vuelta al pueblo de nuestro cuento. Con el dinero que obtenía por el oro, podía pagar todas las piedras que le llevaran. Pasaron muchos años, la pobreza era generalizada y agotaron gran cantidad del oro vendiéndolo por unas cuantas monedas, mientras los habitantes del pueblo jamás se pusieron de acuerdo. México ha agotado gran parte de sus reservas petroleras y recursos naturales y no hemos podido disfrutar de su riqueza.

El entrenador de basquetbol.
En un pueblo muy lejano, la gente tenía como sueño dorado lograr tan solo un campeonato de básquetbol, ya que solían realizar muy mal papel cada vez que jugaban contra otros equipos. Aún cuando costó muchísimo dinero, contrataron un entrenador de entre los mejores del mundo. Todos vitorearon su llegada y estaban seguros que, ahora sí, el nuevo entrenador haría posible el trofeo largamente soñado. El entrenador empezó a trabajar y pronto se dio cuenta que existía una regla que le obligaba a jugar con los mismos jugadores de siempre. El entrenador, cauteloso, pactó algunos partidos amistosos con rivales de poca importancia y logró algunas victorias. La gente se volvía loca de contenta y convirtió en héroes a los jugadores. Pero luego llegaron rivales más fuertes y el equipo demostró que no tenía calidad. El entrenador creyó, por un momento, que los habitantes del pueblo se darían cuenta y permitirían cambiar esa absurda regla. Pero no fue así. Fue criticado, abucheado y se le exigió su renuncia. Cuando el entrenador abandonó el pueblo ya era el ser más odiado y despreciado por todos. Esto no tendría nada de especial… sino que la misma historia se repitió una y otra vez, invariablemente, durante muchos, muchos años y el equipo… jamás logró un campeonato. Si se dieron cuenta que en México sucede lo mismo con el entrenador de la Selección Nacional de fútbol son muy "despiertos". Si se dieron cuenta que lo mismo sucede con los nuevos “gerentes”, con el nuevo “programa de cómputo”, con el nuevo “asesor de calidad” o con cada "Presidente de la República", entonces son sabios.

El viejo y la chimenea.
Había una vez un hombre gruñón que durante el frío Invierno se sentaba frente a la chimenea de su casa y decía: “chimenea, cuando me des calor, te pondré leña y encenderé”. Cualquier semejanza con nuestra actitud ante la vida es mera coincidencia.

La invitaciòn a misa.
Había una vez un señor que invitó a todos los vecinos a la misa y fiesta de cumpleaños del señor cura. Entre dos vecinos en particular, había un par que tenían muchos años de haberse enojado. Uno de ellos era el hombre rico del pueblo. El otro, un joven rebelde. El señor de esta historia se llevaba muy bien con el hombre rico, no sabemos si por miedo o por conveniencia; pero el compadre era sobrino del cura. Así que tuvo la feliz idea de mandarle una invitación al sobrino pidiéndole que, tan pronto terminara la misa, se fuera para su casita y “todos felices”, según él. Como sabía que estaba siendo descortés, le pedía en su carta que eso quedara entre ellos. El día de la fiesta, terminando la misa, el sobrino se despidió diciendo que iba porque no había sido invitado a la fiesta. Tal vez por ignorancia de lo sucedido o tal vez por cinismo, la esposa del anfitrión tachó de mentiroso al joven rebelde quien, para demostrar que no era un mentiroso, mostró a todos la invitación. El escándalo dentro de la casa fue mayúsculo. Unos se desvivían en disculpas con el vecino mientras que otros se sentían indignados. Los demás vecinos sólo reían y reían. Cualquier semejanza con Vicente Fox, George WC Bush y Fidel Castro es mera coincidencia.

El necio. (Cortesía involuntaria de mi hermana Ruth)
Platicaba un amigo a otro: “¿qué crees? Me pasé discutiendo dos horas con el nuevo empleado del otro departamento… ¡qué necio es!

La invitación.
Parte 1.
- ¿Entonces qué, cuate? ¿Vamos a chupar?
- Lo siento, no tengo lana.
- ¡Vamos!, yo invito.
Parte 2.
- ¿Entonces qué, cuate? ¿Vamos a comer?
- Lo siento, no tengo lana.
- Bueno, será otro día

Los tres cochinitos.
Había una vez, tres cochinitos que vivían en una casa. Sí, eran los mismos cerditos del otro cuento donde todos aprendimos que no importa si somos perezosos e irresponsables, ya que podemos “caerle” a la casa del que no lo es. Pero bueno, esa es otra historia y la nuestra sólo se refiere a lo que sucedía por las noches en esa casa. Llegada la hora de dormir, los puerquitos iban a la cama y se tapaban con una sola cobija. Como la cama era de uno solo de ellos y sólo tenía una pequeña cobija, los chanchitos pasaban frío ya que si uno jalaba la cobija para taparse, destapaba a los otros. Toda la noche se la pasaban jalando la cobija y jamás, como animales que eran, se les ocurrió buscar una solución que no fuera tirar más duro cada vez hasta que la rompieron. Cualquier semejanza con nuestros partidos políticos es la pura realidad.

Masiosare.
Érase que se era un señor que se quejaba de su familia con un amigo:
- “La verdad, no aguanto más. Mi señora es una fodonga y cochina que se la pasa todo el día desarreglada y ni siquiera me tiene la comida cuando llego. Mi hija me pide dinero a cada rato para comprarse ropa y tarjetas telefónicas. Mi hijo agarra mi coche y me lo deja sin gasolina por andar paseando a los cuates. Mi suegra es una vieja metiche que se la pasa jode que jode cada vez que puede, aunque yo la mantengo. Mi hermano es un conchudo que nada más va a mi casa a saquear el refrigerador. Mi madre se la pasa reprochándome que no le hablo por teléfono y que ella dio todo por mi y que yo le pago mal…”
- (Amigo). Caray, qué mala onda son.
- ¡Qué pasó! ¡Con mi familia no se meta!
Podemos criticarnos y destrozar a nuestro Gobierno… pero masiosare un extraño enemigo abrir la boca… entonces nos sale lo patriotas.

La imagen del hombre.
Había un hombre tan preocupado por su imagen que la única imagen que daba es la de un hombre que sólo se preocupaba de su imagen.

Enoch Alvarado

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