14 de diciembre de 2008

¿Ser o no ser? Elemental, mi querido Hamlet

¿Ser o no ser? Elemental, mi querido Hamlet.

Ser “humano” significa equivocarse, tener defectos, caer y dudar. Pero también significa acertar, mejorar, levantarse y aprender. Como seres humanos somos imperfectos, pero perfectibles. Esto parece muy fácil de entender y aceptar.

Detengámonos un poco en la primer parte, pero hagámoslo en primera persona y digamos: “Soy humano y eso significa que me equivoco, que tengo defectos, que caigo y que dudo”. Ya no es igual de fácil aceptarlo. En ocasiones decimos cosas que lastiman a nuestros seres queridos, a veces nos comportamos egoístamente, a veces nos gana la flojera, la envidia, el rencor, la ira o cualquier sentimiento negativo. Sin embargo, esta sencilla verdad parece algo muy difícil de aceptar.

Es probable que seamos personas dispuestas a “mejorar” y creemos que hemos aprendido a “aceptar” nuestros defectos. ¿Qué sucede dentro de nosotros si el juicio viene de otra persona? Seguramente responderemos: “¡No! No soy así” o “¡No es mi culpa!”. Una reacción de defensa inconsciente, automática e instantánea, implantada desde pequeños, cuando necesitábamos la aprobación paternal para “sobrevivir”. Tememos reconocer nuestras características “malas” porque creemos que eso significa que somos “malos”, lo cual nos traerá el rechazo de los demás.

También decía que, ser “humano” significa acertar, mejorar, levantarse y aprender. Pero tampoco lo hacemos todo el tiempo. Además de ser difícil aceptar que actuamos “mal”, también lo es que no actuamos siempre “bien”. Si alguien pregunta: “¿Cómo estás?” Nuestras respuestas suelen ser “estoy bien”, aunque estemos tristes, deprimidos, enojados, indignados o dolidos. Tenemos vergüenza de aceptar que no somos “perfectos”, que en realidad somos "débiles" o que no podemos manejar una situación. De niños nos portábamos “bien” con el fin de obtener el amor paternal. Aseguramos que “todo está bien”, sin importar qué tan infelices nos estemos sintiendo. Al hacerlo así, nos traicionamos.

El afán de ser “buenos”, "inteligentes", "agradables" o "capaces" nos lleva a realizar actos que no deseamos o realizarlos sin tener una intención real, con un tremendo derroche de energía. También nos vuelve víctimas fáciles de otros que, apretando estos “botones” logran de nosotros lo que ellos desean: “préstame esto, no seas egoísta” o "seguramente tú puedes ayudarme". ¿Cuántas veces nos sentimos obligados a hacer algo que no deseamos sólo para no ser “malos” o para no perder la imagen de “buenos”? El mismo afán nos lleva a culpar a algo o a alguien de nuestros problemas y errores, a la pérdida de la responsabilidad personal.

Es una confusión creer que actuar “bien” o “mal” nos convierte en “buenos” o “malos”. Esta confusión nos hace más vulnerables aún. Más allá de nuestros actos están nuestros pensamientos, intenciones y sentimientos. Podemos actuar “bien” por las razones equivocadas o con malas intenciones y esto no nos hará “buenos”. Igualmente, podemos "equivocarnos" teniendo las mejores intenciones y esto no nos hará "malos".

La lucha diaria por querer actuar “correctamente”, ser o aparentar ser “buenos”, tener la “razón”, tener “éxito” en la vida o ser “mejores” resulta contraproducente o, cuando menos, inútil. Esto podrá ser difícil de aceptar pues estamos inundados de literatura de autoayuda y acudimos a estas lecturas para conseguirlo. No quiero decir que estos libros estén mal, sólo la lucha con nosotros mismos por escapar de nuestros defectos es la que está equivocada.

Resistimos, rechazamos, reprimimos y odiamos la parte que nos resulta dolorosa o que consideramos despreciable. Al hacerlo, en realidad estamos luchando contra una parte de nosotros mismos. Negar el dolor, los defectos o los errores no hará que desaparezcan. Sólo su aceptación permitirá trascenderlos.

Otra confusión existe en la selección personal de lo que es “bueno” y lo que es “malo”. Por ejemplo, podemos ser una persona “ordenada” y creer que es una “virtud”, cuando en realidad ocultamos una dolorosa rigidez, un miedo a perder el control y vivir en el desorden total. Y, cuando coincidimos con otro que se “permite” el desorden, no lo toleramos, aunque expresemos “no tolero el desorden”, en realidad “no nos permitimos ser desordenados”. Por tanto, la aceptación de ambas partes, sin distinción, se vuelve más que imprescindible. Sólo aceptando, y no negando, podremos explorar esas partes “oscuras” de nuestra personalidad y llevarles “luz”. Al llevar “luz” a nuestro interior, podemos descubrir que “lo malo no es tan malo y que lo bueno no es tan bueno”, y nos dará más libertad, conocimiento y comprensión de nosotros, de los demás y del mundo mismo.

Cuando observamos nuestras fallas, perdemos de vista nuestros aciertos. Cuando observamos nuestros aciertos, perdemos de vista nuestras fallas. Esto suele suceder porque escindimos: Aquí lo bueno, allá lo malo. Aquí quiero o debo estar, allá no quiero o no debo estar. Esta misma escisión, también, la llevamos afuera de nosotros y vemos a la gente como aliados o enemigos. Vemos al mundo como "terrible" o "hermoso".

Cuando rechazamos nuestros defectos, también los rechazamos en los demás. Y, actuado o no, será percibido a nivel consciente o inconsciente y provocará una respuesta. Esto genera gran número de conflictos en las relaciones de todo tipo. Así mismo, cuando rechazamos algo en los demás, tenemos la pista de qué es lo que estamos rechazando en nosotros.

Por el contrario, cuando aceptamos un defecto nuestro, podemos aceptar el mismo defecto en los demás, dando paso a la compasión y la caridad. Cuando lo logremos, entenderemos que “amar al prójimo como a ti mismo”, más que un mandamiento, es una invitación a vivir la vida tal como debe ser vivida. El amor es la realidad de la vida misma y requiere de aceptación, tanto propia, como del otro. Sin amor por nosotros mismos, las relaciones se convierten en “entrega” y sin amor por el otro se convierten en “saqueo”. Todas las relaciones de amor: erótico, fraternal, paternal, maternal, filial, humano y en todas sus formas, requieren de la aceptación.

“¿Ser o no ser?” La respuesta es muy simple: “Ser y no ser”. Debemos abandonar el dualismo (bueno o malo), la escisión (esto o lo otro), los opuestos (listo o tonto) para permitir aceptar el “y”. No siempre actuamos bien o mal, sino que en ocasiones actuamos bien y en ocasiones actuamos mal. Este pequeño cambio (la letra “o” por la letra “y”) es todo lo que necesitamos para empezar a aceptar nuestras dualidades.

Emplear el “o” es vivir con miedo. “Vivimos o morimos” conduce al miedo a la muerte. Vivimos y morimos, lleva a la aceptación de la realidad. Ser listo o tonto, trae el miedo a la vergüenza de parecer "tonto". Entre más aceptamos nuestras dualidades menos dependemos de realizar las exigencias propias o ajenas para sentirnos bien, podemos ser más honestos con nuestros propios sentimientos y podemos fijar nuevas expectativas reales acordes con lo que en realidad deseamos.

Existe el miedo a dejar salir lo peor de nosotros, nuestra negatividad y nuestra destructividad, de destapar la "cloaca". No sucede así, al dar luz a nuestros "terribles demonios" interiores -aceptándolos- pierden su “fuerza”, ya que ésta radica en la obscuridad, en sorprendernos cuando menos lo esperamos, en tomar control de nuestra vida, precisamente a través del miedo. Imaginemos nuestra parte negativa como un péndulo: con la fuerza que apliquemos para alejarla, con esa misma fuerza regresará.

La aceptación de nuestras dualidades significa dejar de tratar de ser lo que no somos para atrevernos a ser lo que en verdad somos. Y, lo que en verdad somos, es la suma de las dos partes: las aceptadas y las no aceptadas.

Enoch Alvarado

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