31 de diciembre de 2008

4 errores que arruinan vidas

4 errores que arruinan vidas

¿Has leído acerca de un experimento practicado sobre unas ranas, donde se les sumerge en agua y se sube la temperatura gradualmente hasta que son cocidas, sin que éstas hayan percibido, jamás, el cambio de temperatura? Pues bien, en el aspecto de nuestra salud física y mental somos como esas ranitas. Vamos perdiendo poco a poco la salud y la felicidad, sin darnos cuenta, hasta que nuestro cuerpo o nuestra mente no pueden más. A diferencia de los batracios que no tienen regulación térmica, nosotros tenemos la capacidad para rectificar en todo momento. Pero, ¿qué podemos rectificar si precisamente no sabemos cuál es nuestra cacerola de agua hirviendo? Hoy platicaremos de cuatro errores frecuentes que limitan nuestra vida y cómo podemos superarlos.

I. Perseguir ideales equivocados.
Decía Carl Rogers que ser auténtico se relaciona con la búsqueda del propio yo: “Las personas que no padecen esa ardua búsqueda del yo, someten su libertad individual a alguna organización o institución que elige los propósitos, los valores y la filosofía que hay que adoptar.” Es nuestra elección decidir ser “yo mismo” o ser “lo que otros quieren de mí”.

Someterse es un camino tan “cómodo” como lleno de frustraciones y neurosis. Nos divide entre quienes somos en realidad (self) y en quienes creemos que deberíamos ser (self ideal). En la medida en que estos dos se apartan surge la incongruencia. A mayor incongruencia entre ambas, existe más des-sincronización, más neurosis.

Buscar quiénes somos, por su parte, es un camino tan interminable como lleno de tropiezos. Sin embargo, cada paso que damos en el descubrimiento del self (“el yo verdadero”) nos llena de satisfacción y nos impulsa a seguir adelante.

En aquellas partes de nuestra vida en la cual nos sentimos muy cómodos, donde estamos muy a gusto con nosotros mismos, es seguro que nos califiquemos con un 9 o 10 con respecto del “ideal”. Por el otro lado, aquellas partes que nos provocan ansiedad o descontento, son aquellas en las cuales nos calificamos con un 6 o 7. Las calificaciones reprobatorias, por su parte, indicarían puntos de neurosis. Esta calificación de nuestro self contra el self ideal es totalmente arbitraria y subjetiva, pero sincera. Es imposible engañar al inconsciente. Podemos decir “merezco un 10 en tal aspecto”; pero sólo si ese aspecto está totalmente libre de conflicto será un verdadero 10. Entonces, al decir “calificación sincera” no estoy diciendo la verbalizada; sino la calificación que dictan nuestros verdaderos sentimientos.

Aunque comúnmente no sabemos quiénes somos, sí sabemos cómo queremos ser o cómo creemos que deberíamos ser. Tenemos ideales de cómo debemos comportarnos, sobre qué pensamientos debemos tener (y cuáles rechazar) y los sentimientos que son aceptables (y los que no). Este conjunto de creencias y juicios de valor que hacemos y tenemos sobre los actos, pensamientos y sentimientos son una “conciencia sobre-impuesta”.

Es común, entonces, que nos esforcemos por mejorar nuestra auto-calificación, por reducir la incongruencia. Ya sea que lo hagamos para evitar el dolor o por un sincero afán de ser “mejores”, leemos, tomamos cursos, pedimos ayuda a Dios, hacemos ejercicio o intentamos todo aquello que esté a nuestro alcance por llegar al 10 o al menos, por reducir la incongruencia.

Es muy común creer que debemos llegar al 10 en todos los aspectos. Hay quienes luchan toda su vida por este ideal. Personas que son eternas luchadoras, admirables y dignas de respeto. Sin embargo, la mayoría de la gente aceptamos que es imposible ser perfecto y, nos detenemos al llegar a un aceptable 8 o bien, aceptamos un cínico 6 y nos resignamos a vivir con ese “dolor”.

Nuestra conciencia sobre-impuesta (todo aquello que nos decimos a nosotros mismos sobre lo que debemos ser) fue creada (y creída) en nuestro pasado, bajo circunstancias totalmente distintas a las actuales, normalmente cuando éramos pequeños e indefensos, cuando "ser buen niño" era imprescindible para sobrevivir. Entonces, ajustarse a esas normas, era una cuestión de vida o muerte.

Así que, un segundo camino para reducir la incongruencia consiste en revisar nuestros ideales. Nuestra conciencia sobre-impuesta no revisa la validez del self ideal. Revisar los ideales no significa renunciar a ellos. Significa ajustarlos a nuestra nueva realidad. Al hacerlo, bajará el nivel de exigencia y de igual forma se reducirá la distancia. Esto, que parece ser demasiando simple, a muchos nos tomará por sorpresa. Algunos podríamos defender nuestro “derecho a vivir angustiados” y preguntarnos: “¿acaso no debo ser perfecto en tal o cual área?”. La pregunta correcta no es ésa, sino ésta: “¿para qué quiero ser perfecto en tal o cuál área?”. Revisar la conciencia sobre-impuesta es sanador, nos liberará de muchos miedos infantiles.

Si aún creemos que no debemos renunciar al ideal inicial, o nos resistimos a hacerlo, podemos hacer una concesión con nosotros mismos y establecer una meta realista a corto plazo. Coloquemos el ideal sólo un poco por encima de nuestra calificación actual. Y hagamos el compromiso para revisarla nuevamente en cuanto hayamos conseguido un 9 o el 10. Este acuerdo con nosotros mismos será más llevadero y podría suceder que, cuando lleguemos al “ideal realista”, no demos cuenta que no es necesario llevarlo más allá.

II. Confundir los niveles del ser.
La incongruencia sucede en los niveles de los actos, pensamientos y sentimientos. Una incongruencia en el nivel de nuestros actos puede ser angustiante; pero seguramente sabremos perdonarnos; en el nivel de nuestros pensamientos, puede ser dolorosa o moleta; pero en el nivel de los sentimientos suele ser devastadora. Muchos confundimos estos niveles. Pongamos por ejemplo que marcamos equivocadamente un número telefónico. Este error lo podemos dejar en el nivel de nuestros actos (“me equivoqué”), lo podemos llevar al nivel de nuestros pensamientos (“qué tonto soy”) o en el de nuestros sentimientos (“me enoja equivocarme”). La confusión también sucede en el sentido inverso. Por ejemplo, solemos comer (actuamos) cuando estamos tristes. Así que, otra fuente de angustia, es juzgar nuestros actos, pensamientos y sentimientos (que ya de por sí es un error hacerlo) en el nivel equivocado.

Perpetuamos este error con nuestros hijos cuando les decimos “eres malo” o “¿te crees muy listo?” cuando algo que hicieron no nos gustó (aunque aquí podríamos revisar con qué ideal entramos en conflicto). Es preferible indicar la fuente de referencia del juicio de valor (“a mi” o “a otros”). Por ejemplo, “a mi no me gustó lo que hiciste” es preferible a “está mal lo que hiciste”. “A mi me da miedo que hagas eso” es mejor que “no hagas eso”, “Hay gente que se puede sentir incómoda si haces eso” es mejor que "eso es grosero". Corrijo la conducta, lo libero de la carga y de la culpa (porque seguramente a él no le da miedo o a él sí le gustó hacer tal cosa) y lo hago pensar en los demás.

III. Confundir “mi realidad” con “la realidad”.
Cuando digo "pensamientos", englobo nuestras creencias, juicios y valores que hacemos y tenemos sobre el medio ambiente, sobre nuestras aptitudes, sobre quiénes somos, para qué estamos aquí, nuestras creencias en el plano religioso.

Una fuente enorme de problemas es confundir nuestras creencias con la realidad. En realidad, jamás conocemos “la realidad”, sino sólo “nuestra realidad”, aquello que percibimos. Podemos creer que Dios existe, o podemos creer que no existe; pero Dios no existirá o dejará de existir porque yo crea o no. La realidad no tiene nada que ver con lo que yo crea. Mi realidad, es la percepción que de ella tengo. Si entendiéramos esto, acabaríamos con los celos, discusiones, preocupaciones, equívocos y hasta acabarían las guerras. Existe mucha gente que es capaz de matar o morir por sus creencias.

Hace poco una amiga estaba preocupada y triste porque el día anterior había tenido una discusión con su novio. Ella había estado intolerante y él le dijo que se veían después, cuando ella estuviera más calmada. Nuestra conversación fue más o menos así:
- (Ella) Ya no me va a volver a buscar.
- (Yo)¿Es un hecho que no te volverá a buscar o es algo que puede pasar?
- (Ella) Bueno… es algo que puede pasar. (Aquí ya cambió su tono de voz)
- (Yo) Entonces, aún no ha ocurrido, ¿verdad?
- (Ella) No.
- (Yo) ¿Qué puedes hacer para que eso no ocurra?
- (Ella) Hablarle y pedirle una disculpa; pero no sé si siga enojado. (Otra vez preocupándose, pero bueno, aún no aprendía la lección)
- (Yo) Puede estar enojado o no. Eso no lo puedes saber hasta hablar con él. ¿Quieres hacerlo o prefieres esperar a que él te hable?

Si somos sordos, ciegos e insensibles a nuestras propias verdades, ¿cómo esperamos entender, acompañar, ayudar o amar a los demás?

Para evitar este error, digamos o pensemos “yo creo” o “he aprendido que”. Este simple “añadido” a cada oración, nos recordará o le recordará a los demás que eso es sólo "nuestra realidad", nuestro punto de vista. De igual forma, lo que los demás digan o hagan es “su realidad” y, por tanto, tan respetable como la nuestra. De este tema, hay muchísimo que decir y probablemente platiquemos un poco más adelante.

IV. Reprimir en vez de encauzar.
Me encantan los niños porque tienen alineados sus actos, sus pensamientos y sus sentimientos, tanto para las cosas "buenas" como para las "malas". Si están enojados, inventarán venganzas en su mente y son capaces de llevarlas a cabo. Como adultos, aprendemos que si hacemos eso, tenemos que pagar las consecuencias.

Una causa de sufrimiento es cuando nuestros sentimientos apuntan hacia una dirección, nuestros pensamientos hacia otra y hacemos cosas completamente distintas a lo que pensamos o a lo que sentimos. Esta falta de alineación es más frecuente de lo que creemos. Para poder fluir en la vida debemos alinear estos tres niveles.

Normalmente, luchamos contra las conductas "malas". En los niños nos damos cuenta que los actos, pensamientos y sentimientos "malos" no son más que "distorsiones" de la energía creativa que hay en ellos. Aunque sea para destruir, hay mucha creatividad para hacerlo. Así que debemos aceptar y reencauzar esa energía hacia el lado constructivo, en vez de negarla, rechazarla o reprimirla. Si no encauzamos esa energía “indeseable” tarde o temprano saldrá en forma de agresión o enfermedad física o mental. También reprimimos los sentimientos positivos. Cuántas veces hemos reprimido la ternura que sentimos por no parecer “cursis”. O bien, guardamos el amor esperando darlo a la persona idónea.

Cuando estamos tan enojados que sentimos las ganas de golpear, patear, estrangular o cuando menos de pellizcar, independientemente de la validez de nuestro sentimiento (ya que para eso deberíamos revisar qué está pasando y en esos momentos no será fácil hacerlo), podemos encauzar esa misma ira contra un objeto (algún cojín, almohada o trapo). Es necesario que alineemos el sentimiento con el acto. Si tenemos ganas de estrangular, estrangulemos una toalla. Si tenemos ganas de patear, pateemos un objeto o el piso. Si queremos estrangular y en vez de eso pateamos, no estamos liberando la ira en la forma que deberíamos.

Encauzar no significa luchar en contra ni en aceptar todo lo que venga. Significa alinear nuestros sentimientos, pensamientos y actos de tal manera que no cause daño a nadie y que pueda surgir algo bueno. En el ejemplo del manejo de la ira que mencioné. No se trata de luchar contra el sentimiento, ni de lastimar al objeto de nuestra ira, sino aceptar el sentimiento, entender que tenemos derecho a enojarnos y, por último, actuar sin lastimar a nadie.

Enoch Alvarado

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